¿Por qué la tristeza?
Llegó por mi ventana sin que yo le pidiera venir y me dijo que por favor no me preocupara, pues Dios no deseaba que yo me sintiera así de triste...
—Pues ¿entonces por qué lo permite? —le pregunté levantando la mano hacia el hermoso ser que veía.
—Hay cosas que uno debe superar y permitirse sentir para saber lo que es estar así, y poder ayudar mas adelante a las demás personas a las que Dios no puede llegar.
—Pero ¿y por qué yo?, extraña visión divina.
—Sólo eres alguien a quien elegido al azar —extendía sus manos como cuando uno reza un padre nuestro en la iglesia—, jamás decidimos exactamente a quien debe ir este tipo de sentimientos, pero sabemos que alguien debe pasar por esto.
—¿Por qué la tristeza? —su luz me cegaba.
—Ni Dios lo sabe, Angus, sólo sigue adelante.
El ser divino desapareció de fuera de mi ventana mientras mis ojos trataban de adaptarse a la poca luz de la noche alumbrada por la luna. ¿Por qué a mí?. Aún me preguntaba cuando salía de mi cuarto y buscaba a alguien en mi casa para que me explicara que esto no había sido un sueño o un caso mas del alcohol, pero si se encontraban dormidos prefería no despertar a nadie ni hacerlos enfadar, además de que mis padres no hubieran aceptado verme algo tomado y menos tan temprano.
Salí de mi casa a caminar un poco a las 11:23 con una navaja en mi bolsillo izquierdo trasero y con una chaqueta puesta a causa del extremoso frío que por esos días hacia. La poca luz en las aceras por los postes de luz me decían que no debía estar a esas horas fuera de casa, pero algo en el cielo me daba la confianza de que nada podía pasarme esa noche. Aun no sabía si aquello fue real y creo que aun no logro saberlo, pero de que me dio seguridad y apoyo para superar mi tristeza, lo fue.
¿Qué por qué estaba triste? Me da mas tristeza recordarlo, pero ahora sé que eso puede ser pasajero y fácil de superar si se piensan bien las cosas.
No pienso hacerlo largo, pero deben saber que yo había cortado con una chica llamada Eunice con la que había durado alrededor de tres años, pero aun cuando eso pasó teníamos diecisiete ella y dieciocho yo, lo sé, éramos jóvenes, pero el amor nace desde una edad mas temprana que esa. Bueno, ella había querido regresar conmigo por durante menos de un año, pero yo no aceptaba regresar con ella porque en ese momento no me sentía a gusto teniendo novia y menos por lo que ella me había hecho durante nuestro largo noviazgo, bastantes peleas por celos sin motivo que le soporté. Eunice obviamente acepto que yo ya no quería volver con ella, pues de que la quería mucho, la quería, pero era para mi muy necesario pensar las cosas por mas que me tardara, si ella me hubiera amado de verdad me podría haber esperado, pues yo jamás anduve con otra mujer aparte de ella, pero sus deseos por salir y sentirse amada ganaron la batalla de sus sentimientos.
Un día rumbo a la casa de un compañero en un autobús, yo iba sentado en la penúltima fila de atrás para delante y mi vista estaba alerta de todas las personas que subían al transporte: señoras y sus hijos, señores que trabajaban también por las tardes, universitarios cargando grandes trabajos. Pero había algunas cosas que a veces me desagradaba ver, lo que eran las parejas, ¿la envidia? No lo sé, pero si sentía pena por mí mismo, de no sentirme querido, o mas bien, de no dejarme querer por Eunice, la mujer de mi vida a la que desprecie varias veces y ahora me arrepiento.
Reconocí ese hermoso cabello lacio castaño que subía al autobús, me percaté de que había entrado sin pagar, pero no me esperaba que un hombre le siguiera y le pagara el pasaje. Yo traté de levantarme de mi asiento para que ella me viera y me saludara, pero cuando este hombre la tomó por la cintura (la que tantas veces rodeé con mis brazos) sentí como mi pecho se partía en dos y mi cuerpo se golpeaba contra el asiento de plástico sin sentir dolor pues me había dejado caer. Decidí no bajar en ese momento del transporte, pero sí evitaba voltear a verla, y si ella en ese momento lo hizo no me di cuenta. Las lagrimas estaban a punto de saltar de mis ojos, no lo permití hasta llegar a la parada. Me levanté de mi asiento y volteé a verla y mientras una lagrima corría por mi mejilla izquierda ella volteó a verme con una sonrisa que le provocó un piropo de su entonces pareja, lo que me hizo correr directamente a la casa de mi amigo sin detenerme al cruzar las calles.
¿Cómo se puede sentir uno en esos instantes? Es como ver que Dios cuida de otros hijos y no los de este planeta. Es mala la comparación, pero cuando uno ama a alguien tanto así ve a esa persona, perfecta.
Ni siquiera toqué el timbre de la casa de mi amigo, sino que él logró escucharme llorar sentado fuera de su casa y así fue como salió.
Creo que es un instinto que todos tenemos al llorar, recargarnos en alguien y ser escuchados con unas palabras que tratan de escapar con un nudo en la garganta. Y no importó que fuera hombre, aunque en esos instantes hubiera preferido una mujer talvez, a Eunice talvez. Pedirle que regresara conmigo, que estaba listo para amarla nuevamente, que mi cabeza ya se había desintoxicado de todas aquellas cosas que evitaban andar con ella como lo eran las fiestas, las nuevas amistades con mujeres y el maldito dinero que a veces necesitaba para mi y para salir con ella aunque esto no se debe meter en el amor.
Pero no.
Ella estaba con aquel hombre y recordarlo me hacía gritar de rabia, una rabia intensa que no podía soportar sin que me hiciera pararme en medio de la calle y dejarme atropellar, pero sabía que todo esto había sido mi culpa, y esa culpa me llevó a la tristeza.
Pero no se aun como definir a la tristeza, sólo muchos casos de obtenerla como todos nosotros.
Aún caminando por las oscuras calles de mi colonia reflexionaba muy centrado en Eunice, tratando fuertemente de quitarla de mis pensamientos y darme a la idea de que aquella sonrisa que me demostró una semana antes me daba la idea de que era feliz con aquel hombre de cabello güero, de ojos claros y fornido, claro, que jamás había que comparar a mi, joven de cabello oscuro, ojos cafés, escuálido y un poco tonto. Tenia todas las de perder.
Dos días después de haberla visto en el autobús me llamó por teléfono.
—Hola, Gus.
—Hola —contesté secamente.
—¿Cómo estas?
—Bien, Eunice, bien —casi mi contestación se llegó a entender que fue con un poco de sarcasmo de mal gusto.
—¿Enserio? Que bien.
—Supongo que si y también supongo que tu estás feliz con tu pareja.
—¿Con Hector? Oh, no, Angus, él sólo es un amigo.
—Pues antes no te dejabas tomar de la cintura si no era por tu novio.
—¿Estas enojado? —Su voz parecía pedir perdón.
—No, Eunice —sentí celos al recordar la escena de mi descenso en el autobús—, estoy triste solamente, pues sé que eso no es verdad y ahora no deseas regresar conmigo.
—Aun quiero, Gus, pero tu te has estado negando por mucho tiempo. ¿Qué? ¿Aun quieres que te esté rogando?
—No, claro que no.
Pero era cierto, cuando ella lo hacía me sentía querido por alguien.
—Sí... —dijo ella.
—¿Si qué? —Pregunté desconcertado.
—Sí es mi pareja.
Me quedé cinco segundos callado y colgué fuertemente el teléfono, momento después descolgué para ver si aun seguía en la línea, pero había colgado ya.
¿No se puede regresar el tiempo tan siquiera cinco segundos? ¿O las segundas oportunidades? Si eso es posible, en ese momento no fue mi caso.
Todo eso me llevó a caer con mi amigo Abel en un bar pues yo jamás había tomado y creo que me dejé llevar, pero tan mal me sentía. Aun así mientras caminaba por la acera no me caí en ningún momento. Abel se quedó en el bar, y yo pude regresarme en un taxi y llegar a mi casa casi borracho y sin haberme olvidado de lo que debía, de la tristeza, comprendí que eso era imposible hasta que aquel ser divino me dijo que tenia que pasar por ello.
¿Pero cómo? ¿No es lo que todos se preguntan siempre casi llegando al suicidio?
Ya había pasado por la tristeza antes, pero no con el mismo motivo y sí llegué a pensar que debía desaparecer yo de la tierra.
¿Recuerdan todas aquellas novelas estúpidas con escenas embarazosas entre las parejas?, pues así como siempre odie esas escenas, odie esta, pero sólo un poco, pues comprendí una cosa: si ella era feliz, con eso me bastaba.
Tomé mi celular y marqué al de Eunice esperando de casualidad no encontrarla dormida, y así fue, el primer sonido que escuche fue la risa de ella combinada con la de su engalanado novio, primeramente sentí felicidad de escucharla, después al escuchar la de su novio me quedé pensativo, pero después de colgar empecé a crear un sinfín de pensamientos donde la involucraban a ella y a el abrazándose y besándose, o talvez desnudos sobre la cama y contestando el celular o el teléfono como una manera extraña de recibir placer, o simplemente un chiste muy bueno de aquel hombre que jamás comparó conmigo. Después me sentí tan desgraciado, tan solo, tan, cómo explicarlo. Ahora que escribo en estas hojas sólo quiero llorar, pero las lagrimas no salen de donde se esconden.
Días después y poco a poco superé mi amor por Eunice, no dejé de quererla, pero mi tristeza se fue porque supe que estaría feliz, extrañamente continué mi vida con esa idea.
Un día caminando por la calle mientras la recordaba, la encontré con su novio después de ya casi un año de andar con él, y mientras pretendía cruzar la calle para saludarla y desearle algo de suerte, miré de reojo un carro que venia hacia mi y se había pasado el alto. Tuve oportunidad de salvarme, pero algo en mi cabeza me dijo que quería quedarme ahí y ser atropellado, y así fue.
A lo lejos escuchaba la voz de Eunice gritar mi nombre y llorar por mí, pero no pude contestarle mas pues mi alma ya se encontraba camino a algún extraño lugar.
Es de donde escribo estas hojas, creo que es el cielo, no e visto a Dios, pero todo luce blanco lleno de nubes y ángeles de un lado para otro. No es nada impresionante pues aún me siento solo, pero aquí nadie me trata mal, y lo que hago siempre es cuidar desde este lugar a mi hermosa Eunice y su novio, que a escondidas la he escuchado decir que aun no lo ha llegado a querer mas de lo que me quiso a mí.
Guillermo Reyes y Reyes
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