Hace tiempo, conocí a un viejo que me contó la historia de una piedra que tenía una flor por dentro, que sólo salía de noche y su único amigo era el viento, cuando llegaba el sol, se escondía entre la dureza de la roca. Un día la despistó un eclipse y salió desprevenida, el cruel sol la vio, bañó sus pétalos de luz, era la plenitud... La flor estaba feliz... pero después de poco tiempo éste se ocultó y empezó a llover; la fuerza del agua arrancó su belleza y el frío la quemó, pronto se volvió a ocultar entre la roca, pero la flor estaba casi muerta. Pasaron muchas noches y primaveras… pero… una vez…, se acercó la llama que rodeó el mineral frío, inexplicablemente la roca se tornó blanda y el fuego consumió por completo lo que quedó de la flor. Pasaron muchas noches y primaveras, y un buen día, salió el arco iris que posó sus colores sobre las cenizas grises de lo que fue flor, después del paso de dos mariposas, las cenizas se habían convertido en el plumaje dorado de un ave de vuelo alto que levantó su mirada hacia el cielo, atravesó la lluvia, y luego subió por encima de las nubes, donde ésta ya no la alcanzara, pronto alcanzó el final del sol y le robó algunos trocitos. En ese momento salió por primera vez... engalanada con estrellas y siendo la única dueña de la noche. Nunca se volvió a saber del ave, pero se siente que está viva cuando llega el ocaso y sólo hay una luz, con una diadema elaborada con pedacitos de sol....
El viejo que me contó esta historia, no era sino el agua del lago, que sólo vive para noche a noche, servirle de espejo a la luna...
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