las hormiguitas empezaban a retorcerse bajo el implacable rayo de luz solar , que amplificado y concentrado por una lupa de gran tamaño, serbia como juego al hijo del dueño de la finca, Daniel era un niño de nos mas de siete años, pecoso, de cabellos rojos y de una malicia intrínseca en su ser, cual duende del bosque, vagaba errante por las tierras de su padre, un gran feudal, siempre se le encontraba bien fuera torturando algún animalillo salvaje que capturase con una de sus innumerables y sorprendentes trampas, que como un cazador experto, dejaba regadas por toda la propiedad, o bien fuese cortando o quemando los tulipanes que la matrona sembraba, en el gran jardín central de la hacienda, o bien fuera perdido de la vista de todos, tramando algo, decían los peones de la finca.
Daniel se escabullía con gran facilidad de los aprietos en los que cotidianamente se encontraba, atrincherado en su condición de hijo único, futuro heredero de la gran fortuna de un padre, que siempre estaba ocupado o viajando; sin hermanos ni una madre que le controlaran, Daniel hacia cumplir todos sus caprichos, incluso si estos implicaran la humillación de cualquiera de los trabajadores que su padre amedrentaba a la primera queja del niño.
Las tardes pasaban entre juegos, correterías, y maldades. los silos donde se almacenaba el grano, le servían de guarida y cuartel general, desde allí planeaba con gran cuidado todas y cada uno de sus proyectos, almacenaba como tesoros los lacerados cadáveres, junto con piedrecillas, ramas, alambres y un sin fin de inclasificables objetos que encontraba en sus largas jornadas de exploración, la hacienda era su mundo personal, su reino particular, el único que conocía; una inmensa prisión cercada por frondosos pinos, cristalinos manantiales e interminables valles que como un océano verde, devoraba cada tarde el rojizo sol, que se obstinaba en no abandonar el cuadro de, nubes blancas, purpuras y anaranjadas en las que generalmente moría.
Daniel soñaba con traspasar los linderos conocidos de la propiedad, ir mas allá del gran rio al norte o avanzar por los valles de occidente hasta llegar al punto donde el sol se desaparecía cada tarde; lamentablemente la única regla impuesta por el padre era el respetar dichos limites, y a pesar de la creciente curiosidad del niño el miedo al padre era aun mayor; la tentación fue controlada por un tiempo pero como todo lo que se fuerza en algún momento termina cediendo, la curiosidad venció, y el bosque de pinos que lindaba el sur de la propiedad en dirección a la ciudad, fue el destino escogido para la nueva y emocionante aventura.
llovía suavemente, la mañana estaba fría y el sol aun apere sado no se decidía a trabajar, a pesar de las suplicas de las aves que desde los húmedos copos de los arboles lloraban al sol suplicando el calor que les recordase que era de día, Daniel llevaba un morral con comida, un cambio de ropa, una frazada, un frasquito de jarabe para la tos que encontró en la alacena de la matrona y todos los elementos para cazar las extrañas creaturas que seguramente poblarían el espeso prohibido y lejano bosque, sabia que el viaje podría dura mas de un día, así que escribió una carta dirigida a su padre, que dejo en la alacena de la matrona, .
diez y seis años después de su partida Daniel entra a la vieja casa, saluda a la matrona que ya es una anciana temblorosa, visita el jardín de tulipanes y lleva una flor amarilla a la tumba del padre, que muriera diez años atrás buscándole en el bosque de pinos, luego toma un vaso de agua y se dirige al silo a guardar el mas grande de los descubrimientos hecho en su vida; abre la puerta de la bóveda y la cierra tras de si; luego abre el techo del silo dejando que este se ilumine con toda la fuerza del sol de medio día, se agacha y del viejo morral extrae la vieja lupa, una extraña colección de animalitos disecados, tres piedras de extraña apariencia, y un frasquito envuelto en un trozo de terciopelo rojo, como siguiendo un ritual mil veces por el realizado, desenvolvió el frasquito y lo acerco a sus labios, era la segunda ves que lo hacia en su vida pero ahora se aseguro de que el efecto fuera la muerte y no un coma de diez y seis años.
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