Capitulo 1: La fogata
Salí de la ciudad por una de las puertas del norte y tomé el camino real, no llevaba más que una bolsa de tela rústica con algunas prendas y algunos pedazos de pan que había comprado a un panadero amigo, por unas pocas monedas, esa misma mañana de Octubre.
En el bolsillo derecho de mi pantalón gastado llevaba algunas monedas de poco valor y en el izquierdo una navaja afilada que utilizaba para fraccionar la comida y defenderme de un eventual ataque de un ladrón de caminos.
El sol se estaba escondiendo detrás de una arboleda y el camino real se hacía cada vez más oscuro. Mis pupilas se acostumbraban poco a poco a la nueva condición lumínica. El camino estaba solitario, solo me crucé a unos pocos kilómetros de la ciudad a un hombre comandando una carreta cargada de paja y arrastrada por un viejo rocín gris.
Me preguntó sobre las últimas novedades de la ciudad y yo le respondí lo mejor que pude los acontecimientos del día. El príncipe había realizado un paseo por la feria y sus alrededores, un ladrón de bolsas había sido colgado en la plaza central al mediodía ante una multitud de curiosos.
A cambio del servicio que le hice, el hombre me regaló una hogaza de pan viejo. Seguí mis pasos por el camino entre la oscuridad hasta que divisé una luz intermitente al costado del camino como a un kilometro por delante.
Apuré el paso ansioso por saber de se trataba hasta que pude adivinar una fogata y cuando estaba a unos cincuenta pasos de ella vi que a su alrededor estaban sentados media docena de paisanos riéndose a carcajadas.
Cuando estuve más cerca me convencí de que esta gente era un grupo de pordioseros y borrachos a juzgar por las cuantiosas botellas arrojadas al suelo y por el olor a alcohol casi nauseabundo.
-¿Señores me permiten sumarme a esta digna reunión? –les dije. Se miraron entre ellos un momento y parecieron no tener ningún inconveniente en aceptar mi solicitud. Uno de ellos se levantó del tronco que le servía de asiento, se dirigió hacia mí y me extendió su mano:
-¡Mucho gusto! Mi nombre es Sebastián, ¿cual es el tuyo?
-Fernando, Fernando Reyes. –le contesté enseguida y le extendí a mi vez mi mano derecha.
Después Sebastián me fue presentando uno por uno a los muchachos. Sus nombres eran Jorge, Ramón, Federico y Osvaldo, y parecieron satisfechos de haberme aceptado en su pequeño círculo. Ramón, que era el más viejo, le faltaban varios dientes, su rostro estaba arrugado y gastado, me preguntó:
-¿A qué se dedica joven y qué anda haciendo por estos caminos peligrosos?
-No tengo trabajo, hace días que estoy pasando un hambre espantoso y me he decidido a probar suerte en otro lado, en la ciudad ya no tengo nada que hacer.
Los demás comentaron que estaban en situación parecida y Federico, que era el que parecía más joven, tendría quizá unos dos años más que yo, me preguntó:
-¿Para que servís?, todo hombre tiene alguna habilidad innata.
-Creo que mí habilidad es escapar de aprietos, me salve de palizas, de la cárcel y hasta de la horca. El hambre me obligó a meterme en tantos problemas. ¿Ustedes, cómo se las arreglan para vivir?
-Todos fuimos hábiles trabajadores en otros tiempos, pero esos buenos tiempos ya pasaron y ahora estamos juntos porque nos encontramos en situaciones parecidas. Pero tenemos un plan. Vamos a secuestrar al príncipe y a cobrar una recompensa, ¡seremos ricos! Compraremos un barco y viviremos en la Costa Azul, lejos de la influencia del rey, beberemos, tendremos tantas mujeres como queramos y comeremos manjares todos los días.
Lo primero que pensé fue que estaba en presencia de un loco o un fabulador. Miraba uno a uno a estos vagabundos y no los creía capaces de ninguna acción, y menos de una acción tan valerosa como la que me acababa de contar Federico.
Así que les pregunté por los pormenores del plan en tono de burla y desafío. Ramón se paró y empezó a caminar de un lado a otro y a hablar de esta manera:
-El primer punto del plan es el siguiente: Osvaldo va a entrar mañana mismo a la ciudad primero y luego en el palacio vestido con las finas prendas que están guardadas en el baúl que está detrás de usted. –efectivamente me di vuelta y vi un baúl de madera abierto y sobresaliendo de él algunas telas de diversos colores. –haciéndose pasar por un correo mandado por el hermano del rey nuestro señor.
Yo estaba admirado de la determinación con que hablaba Ramón, de repente se había convertido en un hombre con determinación, ya no se parecía al borracho de minutos antes. Casi enlazándose con Ramón habló Octavio:
-Lo que sigue en el plan es tender una emboscada en el camino real al príncipe y a su comitiva. Está pensado cada detalle de manera de no herir de muerte a ninguno de guardianes. Preparamos arcos, que gracias a la pericia de Osvaldo y nuestro arduo entrenamiento dejaran a los guardias dormidos por unas horas por el efecto del narcótico con que están impregnadas las flechas.
Mi admiración seguía en ascenso y quise ver el material que tenían preparado. Segundos después de expresar mi deseo Federico caminó en dirección a un árbol de tronco grueso y copa frondosa desapareciendo por unos segundos para reaparecer con un arco largo y un carcaj repleto de pequeñas flechas finamente elaboradas.
En mi fuero interno empezaba a ver con realismo la realización del plan, prácticamente me habían convencido de su capacidad para llevar a cabo semejante empresa de arrojo y fino cálculo.
Después volvió a hablar Jorge y me dijo así:
-Muchacho como usted imaginara no correríamos el riesgo de dejarlo ir y que a usted se le ocurriera andar contando a cualquiera lo que le hemos referido y mostrado, por lo tanto le comunico que desde este momento usted forma parte del grupo a menos que quiera elegir la segunda opción que es la muerte.
Federico lo secundó:
-Tenemos un papel importante en la realización del plan para vos: –como verán Federico quizá por la poca diferencia de edad que teníamos me tuteaba –vas a ser la carnada. Te acostaras en medio del camino cuando divisemos la comitiva del príncipe venir y fingirás estar herido de gravedad, emitirás quejas de dolor, nuestro “magnánimo” señor ordenará detenerse a todos los que lo acompañen. Cuando eso suceda entraremos en escena nosotros, vos vas a cuidar de que el príncipe no huya despavorido del susto.
Yo respondí:
-Bien, veo que no tengo opción, voy a realizar mi papel lo mejor que pueda. ¿Para cuando está pensado el secuestro?
-A la madrugada * llevará esté sobre lacrado y sellado con el escudo del reino que llevará adentro una carta escrita con una fina tipografía por Ramón, quién fue en otros tiempos notario de un importante personaje de la nobleza. Ahora vamos todos a dormir, mañana es el gran día.
Acto seguido Federico se ocupó de extinguir el fuego y cada uno se acomodó lo mejor que pudo, algunos incluso tenían alguna frazada raída y un atajo de ropa para usar de almohada. Yo me acomodé entre las raíces del árbol más cercano y me quedé despierto incluso hasta que los demás se durmieron.
Estaba bastante nervioso y no podía creer el curso que había tomado mi vida en menos de una hora. Si todo salía bien en pocos días estaría gozando de una vida envidiable en la Costa Azul, en cambio si salía algo mal terminaría colgado en la plaza junto a mis compañeros y frente a una multitud.
Lo que aún no sabía era como seguiría el plan una vez secuestrado el príncipe, a la mañana siguiente lo primero que haría sería preguntar eso. Minutos más tarde me dormí.
Capitulo 2: La emboscada
Abrí los ojos y un rayo de sol me estaba dando en la cara, se oía el canto de los pájaros y mis amigos estaban ya levantados, sentados en ronda y riendo. Me levanté y camine hacía ellos, me saludaron con efusividad y noté que reinaba el mejor de los humores.
-Ramón, -le pregunté al hombre de la cara arrugada -¿Qué vamos a hacer con el príncipe una vez que lo tengamos en nuestras manos?
-Vamos a llevarlo a un escondite que tenemos preparado a unos kilómetros del camino real, allí lo vamos a tratar bien y después viene la última parte del plan: la negociación y el intercambio de nuestro rehén por cinco bolsas repletas de monedas de oro.
Enseguida apareció Federico vestido finamente como mensajero preparado para partir a la ciudad. Antes de hacerlo le deseamos suerte y Ramón le aconsejó:
-Tenés que mostrarte exhausto, cómo si vinieras corriendo ya que la carta habla de cierta urgencia sobre una inminente invasión de los reinos del norte. Si es necesario lloraras para conmover al príncipe. Antes de irte debes asegurarte de que está preparándose para partir con su sequito, así nos avisaras que están viniendo para acá.
Federico oyó los consejos con atención, se lo veía nervioso, una gruesa gota de sudor se deslizaba desde su frente. Finalmente lo vimos desaparecer detrás de un monte al que conducía el camino real.
Para mantener la calma Osvaldo propuso jugar a las cartas con un mazo que sacó de su bolsillo, nos sentamos en ronda y estuvimos largo rato distraídos y hasta parecía que todos se habían olvidado de la importante misión que estaba realizando Federico.
Al mediodía comimos conejo asado, que había cazado Osvaldo el día anterior especialmente para la ocasión. Después estuvimos repasando una y otra vez el lugar en que debíamos ubicarnos cada uno cuando llegara el príncipe con su comitiva. A Jorge le tocaba una alta rama de un árbol de coníferas que estaba ubicado justo al costado del camino. Ramón se escondería detrás de un arbusto, Osvaldo detrás de un tronco grueso que estaba al otro lado del camino. Federico atacaría desde atrás y yo, como tengo dicho me tiraría en medio del camino fingiendo estar gravemente herido.
Al anochecer vimos regresar a Federico, ansiosos dejamos las cartas y nos pusimos de pie esperando a que nuestro amigo llegara al campamento y nos contara cómo le había ido.
-Señores, -dijo Federico con una sonrisa en su rostro. –la comitiva viene hacía aquí. El príncipe está muy preocupado por las nefastas noticias que comunica la carta y desea hablar urgentemente con su padre, el rey.
Ramón contestó:
-No habíamos contado con que el príncipe pasara por aquí tan pronto, vamos a tener que trabajar de noche, la luna está llena, eso nos ayudará.
Enseguida se realizó el reparto de arcos y flechas, y Ramón pidió que esperaran su orden para atacar. Cada uno se ubicó en el lugar que le correspondía, pasaron dos horas hasta que vimos las primeras luces de la comitiva venir. Yo me había untado en el pecho sangre del conejo que habíamos comido al mediodía y esperaba tirado en medio del camino.
Pude observar que la comitiva estaba integrada por nuestro príncipe y cuatro guardias, además de un fraile gordo. Se decía que este religioso era el hombre más cercano a su majestad y que lo aconsejaba en todo lo que aquel decidía.
Cada hombre venía montado en su caballo y los cuatro guardias llevaban cada uno una antorcha. Se fueron acercado poco a poco, hasta que no estuvieron más lejos de diez pasos. Todavía no me habían visto y temí que me aplastaran los cascos de los caballos.
Pero de pronto el príncipe grito:
-¡Alto!, Gonzales hay un hombre herido, vaya a ver de que se trata.
El guardia que estaba a su izquierda bajó del caballo y se acercó a mí. Yo gemía y me agarraba el vientre empapado en sangre.
-Señor, es un muchacho, no tiene más de quince años y está gravemente herido.
El príncipe desmontó y en ese preciso momento se oyó un alarido desde detrás del arbusto, era Ramón:
-¡Ahora! –gritó lo más fuerte que pudo.
Una lluvia de flechas cayó sobre los guardias que no tuvieron tiempo más que de sacar sus espadas para luchar con un enemigo invisible pero certero. Tuve la dicha de no recibir un flechazo, me levanté y en la confusión le saqué la espada al príncipe y le dije:
-¡Quieto, si no quiere morir!
Mis amigos fueron saliendo de sus escondites, los guardias descansaban efecto del narcótico sobre el camino y el fraile lloraba y decía:
-¡Por favor, no me maten!
Ramón, dijo:
-¿Qué hacemos con este fraile?
-Llevémoslo con nosotros hasta el escondite. –dijo Federico.
-Atémoslo a un árbol, y que lo desate el primero que pase por el camino o los guardias cuando se despierten. –secundó Jorge.
Votamos rápidamente sobre la cuestión y decidimos llevarnos al fraile, atarle las manos y ponerle una venda en los ojos para que no conociera el camino al escondite. Nos serviría más tarde para la entrega de las bolsas de monedas de oro.
El príncipe en tanto estaba siendo vigilado por Ramón y Osvaldo, y también fue atado por las manos. Emprendimos lentamente el camino hacia el escondite. Cruzamos un campo cubierto de pastizales y subimos por la ladera rocosa de una montaña no muy alta. El escondite era una cueva bastante grande pero su entrada no se distinguía fácilmente.
Entramos a la cueva todos menos Federico que se quedó haciendo guardia y mirando hacia el camino real, para ver si los guardias se habían levantado, tarea difícil ya que la distancia era considerable.
Dentro el príncipe que hasta el momento no había articulado palabra dijo:
-¿Quiénes son ustedes, que se atreven a tomarme prisionero a mí que soy el hijo del rey más poderoso de la región?
Ramón le contestó:
-Somos hombres comunes que estamos hartos de mendigar y pasar hambre mientras usted y su corte viven en la abundancia. Vamos a pedir una recompensa por su persona, no lo vamos a matar si usted no nos obliga a ello.
-En cuanto mi padre se entere de esto va a mover cielo y tierra hasta encontrarme y ustedes van a ser colgados uno por uno.
-Eso, si nos encuentran. –le respondió Ramón.
-Eso no va a pasar. Vamos a libertar al fraile para que lleve al palacio del rey la noticia del secuestro y las condiciones de liberación de usted. La recompensa va ser de cinco monedas repletas de monedas de oro.
El príncipe guardó silencio y ya no volvió a hablar por un largo rato. Jorge le habló al fraile:
-Usted será libertado y va a llevar la noticia del secuestro de su señor y va a comunicarle al rey que queremos a cambio del príncipe cinco bolsas repletas de monedas de oro, sin trampas ni nada, de lo contrario morirá.
Federico y yo fuimos los designados para llevar al fraile al lugar de la emboscada para liberarlo. Volvimos a tapar sus ojos y partimos. Caminamos cada uno a un costado del fraile por los pastizales hasta llegar al camino real, los guardias habían desaparecido. Atamos al religioso a un árbol y volvimos al escondite después de decirle lo siguiente:
-El lugar del intercambio será aquí mismo mañana cuando salga el sol. Vendrá usted solo con las bolsas si es necesario cargadas sobre un caballo. Recuerde usted solo de lo contrario el príncipe no será entregado. Adiós.
Federico y yo nos internamos en los pastizales y esperamos a que alguien pase por allí y desate al fraile. Pasó más de media hora hasta que pasó una carreta cargada de paja y arrastrada por un campesino.
El hombre vio al fraile y lo primero que hizo fue bajar de la carreta y desatar al religioso, quién le dijo:
-¡Gracias, buen hombre! No va ha creer lo que le voy a decir: una banda de desquiciados secuestro a nuestro señor, el príncipe. Y a mí casi me matan. Se lo llevaron y quieren una recompensa por él.
-Padre, debe usted estar delirando, a quién se le va a ocurrir secuestrar al príncipe, además él anda siempre con sus guardias.
-¡Le digo que lo secuestraron! Lléveme a la ciudad lo más pronto posible para contarle lo que sucedió a la corte.
-Lo llevo por que es usted un hombre santo, pero insisto en que es un disparate.
El fraile subió a la carreta con ayuda del campesino y esta se encaminó a la ciudad. Federico y yo volvimos a la cueva. Todo iba a pedir de boca. Comunicamos lo que oímos a nuestros compañeros e intentamos dormir algunas horas para al día siguiente volver al camino real y llevar a cabo la última parte del plan.
Capitulo 3: El desenlace
Fui despertado por Ramón cuando aún era de noche. Decidimos ir a la carretera todos nosotros con las armas por si surgía algún imprevisto. En el camino hicimos un sorteo, y fuimos Ramón y yo designados para llevar a cabo el intercambio.
Vimos que estaba el fraile y que llevaba a su lado a un caballo manchado, y sobre el caballo había varias bolsas de tela gris. Nos acercamos a ellos y dejamos en libertad al príncipe. Ramón revisó bolsa por bolsa y constató que estaban las cinco repletas de monedas de oro.
Para cargar las bolsas se acercaron nuestros compañeros de forma que cada uno tomó una. Volvimos a la cueva seguros de que nadie nos viera.
Al día siguiente caminamos hacia la playa y allí después de cinco horas de viaje un barco nos dejó en una isla paradisiaca llamada Costa Azul, que en otros tiempos sirvió de guarida a famosos piratas.
Cerca de la isla yendo más hacia el norte había otro reino con el cual comerciamos de forma de obtener todo los que queríamos para vivir en medio de la abundancia y los placeres.
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