- Adiós – me susurró en el viento
“Lo sentí acariciarme, lo sentí besarme, intenté retenerlo pero se esfumó entre mis dedos!
Supe que jamás me sentiría sola.
Él, el viento y yo.
Apareció cuando más lo necesité, en el fondo de mi ser, sabía que yo era la única que lo veía, que lo sentía, mi cuerpo lo llamaba, se aferraba a él y no quería dejarlo ir, pero mi mente, mi cruel mente se aburría y él se había vuelto parte de mi rutina, de mi día a día, parte de mi, si hubiera sido cualquier parte de mi cuerpo, o quizá un mueble en la habitación lo más probable sería que no lo hubiera notado, pero se escapó de mi, para entrar en el mundo real.
Alto, fuerte, y esos ojos negros que hechizaban al mirarlos.
Me sorprendió aquella mañana de invierno que fumaba un cigarrillo en la plazoleta del pueblucho en que vivía.
- Bueno días – me saludo con cortesía
- Buenos días – yo no podía esconder lo sombrío de mi humor cuando lo conocí
- Esta usted en la condición de un muerto – y diciendo esto hizo ademan de retirarse.
Yo lo sometí a mi agarre y sosteniéndome en las palabras le solté:
- Muerta estaba cuando nací y muerta me quedaré, ¿a usted que le importa?
- Usted me dice que sufre, que sufre demasiado, que no soporta el tiempo y yo le digo que va a terminar autodestruyéndose
- ¿es usted adivino? O ¿tiene mucha imaginación?
- Ni lo primero ni lo otro, soy sincero
- Y dígame distinguido Sr. Sinceridad – le dije ahogando una sonrisa – ¿qué hace aquí hablando con la mentira en este día tan fúnebre?
- La buscaba a usted
- ¿a mí? – me pareció inquietante su actitud de quien cumple un deber pero…
“Confía en él” me murmuro el viento
Después de eso todo cambio.
El arte se volvió mi pasión y no estaba sola, el iba a mi costado. Hablándome de todo, tenía sentido, yo lo escuchaba embelesada y él hablaba como un crítico de mucha experiencia.
Una noche fuimos a una exposición diferente, eran esculturas maravillosas.
Una en particular llamó mi atención, los ojos de esa niña tenían sentimiento puro, vivo, más de un espectador esperaba verla ponerse de pie y soltarse a llorar.
Sus ojos eran tristes, melancólicos, me pregunte ¿en que habrá pensado el artista que hizo esto?
- Es bella – me dijo la voz a mi costado
- Es……..es triste- le respondí
- Tristemente bella – a él le gustaba jugar con los adjetivos, eso era obvio
- ¿Qué significa?
- ¿la escultura?
- No, sus ojos
- ¿sabes cómo se llama?
- No – lo miré confundida
- “la muerte de un ángel”, “desesperación”, existen varias definiciones en realidad, es una historia poco convincente – mi en sus ojos que trataba de ocultar algo
- Cuéntamela
- No se sabe si es verdad – trató de desanimarme
- No vas a lograr que me desinterese, si no me cuentas tu, la buscaré – simulé no tomarle importancia
- El escultor tenía una hija, dicen que la niña empezó a hablar sola cuando tenía 15 y 16 años, la tomaron por loca, pero a ella no le importo. Una noche su padre no aguantó más las burlas de los habitantes de esa ciudad y le dijo a la niña que debería dejarse de tonterías o la encerraría en un manicomio. El escultor no tenía a nadie más que a ella, pero no soportaría que su hija hubiera enloquecida. La niña notó la desesperación de su padre y la soledad en que este caería si ella se iba lejos, decidió poner fin a sus conversaciones con el viento, el viejo la halló en su cuarto al día siguiente, mirando a la ventana con los ojos perdidos implorando al cielo, muerta, muerta en esa posición. El viejo se volvió loco y esta fue su última escultura – contaba la historia con una amargura única.
Yo me eché a reír, no aguanté, las carcajadas salieron a borbotones de mi boca, mientras él me miraba preocupado yo no hacía nada más que reír con locura.
- ¿Qué te pasa? – me preguntó jalándome del brazo
- Tu historia es…es- tartamudeé y volví a la seriedad habitual- es como si contaras la historia de ambos
- ¿conmigo?- me miró con una mezcla de desconcierto y resentimiento
- Vamos! Siempre que voy contigo la gente me mira con extrañez, mi hermana piensa que estoy loca, ¿y tú?, tu no sé si existes – de inmediato me arrepentí de lo dicho pero no podía ir para atrás
- Si existo Eliza, tú me sientes, puedes tomarme, puedes probarme, tocarme como yo te tocó a ti, existo, pero tu dudas, dudas demasiado – dijo esto como queriendo decírselo a si mismo
- Basta! No quiero que desaparezcas ahora enojado, esperaré a que te vayas mañana – le dije con sarcasmo
Al girar para llevarlo del brazo, tuve que sostenerme de la mesa pues él, ya no estaba más.
Salí de allí con los ojos inundados en lágrimas.
Ya en el departamento estallé en rabia, tomé las tijeras de la cocina y me quedé dormida entre sangre y cabellos.
Andreia me hizo jurar que no volvería a hacer eso nunca más, no se lo prometí, no le dije nada.
Ella me halló sollozando en la almohada, una gota de sangre seca aparecía en mi rostro pálido.
Mi hermana me observó con preocupación:
- Eliza ¿Qué estás haciendo con tu vida?- me dijo con voz tierna
- La cuido como se me antoja – recuerdo que le respondí
- ¿es que tu conciencia no te regaña por lastimarte?
- ¿mi conciencia?- le pregunté con una sonrisa amarga- esa desapareció ayer
Andreia me llevó a su casa y me cuidó con esmero.
Él no volvió a aparecer y yo lo esperé.
Lo sentía en mi cabeza, diciéndome que hacer, enseñándome cosas nuevas entre sueños me hacia imaginar, mi ser lo quería devuelta, mi mente lo llamaba a gritos, pero él no apareció.
Inconscientemente fui encerrándome en mi misma, fui sosteniendo conversaciones en mi cabeza y empezaron a rechazarme, yo empecé a alejarme.
El gerente me despidió, mi hermana sufría por mi culpa, hasta yo me olvide de cuidarme.
Sumida en la oscuridad de mi habitación, no había probado comida hace una semana, retorciéndome de dolor en la cama, el volvió.
Primero fue una ráfaga de aire, mis sentidos experimentaron adormecimiento y con la mirada nublada lo descubrí sentado en el marco de la ventana
- ¿despertaste? – me susurró al oído
- Uhmm- mi boca había sido sellada no pude pronunciar palabra.
- Háblame Eliza, vamos hiéreme, hiérete con las palabras o ¿prefieres hacerlo con tu mente? – me dijo sosteniéndome la mirada con furia
- N…..- traté de zafarme de sus ojos, pero me tenia hipnotizada
- ¿no puedes? Entonces…..- buscó algo alrededor hasta que la halló, entre los papeles del escritorio encontró a mi cómplice- anda lastímate, agárrala, ¿no sentías placer haciendo esto? – me preguntó agarrando el mango de la tijera cerca de mis brazos y mi rostro- AGÁRRALA- me gritó.
Intenté tomarla, pero mis brazos no respondían.
Mis ojos de repente se reflejaron en el espejo que él sostenía en sus manos.
- Esa, ¿esa eres tú?, ¿eso eres Eliza?-habló señalándome o señalando al espectro que reflejaba en el espejo
Una cara llena de sangre seca, dos ojos que tenían la palabra MUERTE esculpida en la pupila, y el cabello corto, pegajoso, lleno de cortes, disparejo, eso fue lo que recuerdo de lo que vi en ese espejo.
Me incorporé y él se alejó de mí.
- Cumplí mi tarea- pareció que dijo, le hablaba al cielo- ahora depende de ella- y me miró fijamente
De repente las cuerdas invisibles que sostenían mis brazos y piernas de aflojaron y la banda que se había aferrado a mi boca me soltó.
Pude ver con claridad entonces, veía las consecuencias de mi crisis, y un gran desastre en medio del departamento.
Mi vestido eran simples trapos sucios, una camisa larga manchada de sangre y polvo, mis pies negros y mis uñas amorfas. Mi abdomen y mis brazos habían sido mutilados por su dueña, y mis ojos estaban inyectados con ese líquido rojo que nos da vida.
Recorrí habitación por habitación, todo desorden, polvo, pude notar entonces una serie de papeles acumulados en la entrada de mi departamento, notificaciones de luz, de agua, etc. Había pasado un mes en ese departamento, sin salir, sin ver luz.
Él se había marchado dejándome explorar lo que había visto en el espejo, lo que había sentido cuando me vi.
Llame a Andreia del celular que por gracia divina tenía saldo y batería.
- Alo?
- ¿Andreia? – me pareció decir
- Eliza! Por el amor de dios, ¿Dónde has estado? ¿Qué diablos te sucede?
Me dediqué a pedirle que me pagara la luz y el agua, no dije nada más.
Al día siguiente “mi cueva” ya tenía lo necesario para volver a la normalidad. La cuestión era ¿tenía yo lo suficiente para regresar a ser yo?
Tenía tantas preguntas para cuando él volviera y tenía que hacérselas ya.
Mi hermana por supuesto no me dejo en paz. Llegó como a las 10 de la mañana y amenazó con derribar la puerta si yo no abría, tengo que reconocer que fue mas el hecho de quedarme sin puerta lo que me hizo abrirle.
Cuando me vio, y volvió a encontrarme en ese estado, en tal ambiente, se volvió un huracán, me bañó, cambió, me arregló el cabello y me sacó de la casa arrastrándome.
Fuimos a ver al psiquiatra y no es que me emocionara, dos horas encerrada de nuevo no era lo mejor para hacerme reaccionar, pero el amor por mi hermana me hizo obedecer sin murmurar.
El Dr. No me dijo nada que no supiera ya, no me dio ningún diagnostico abrumador:
- Depresión severa, intento de suicidio, y mutilación propia.
Eso fue lo que le dijo el doctor a mi hermana, ella escuchó sin decir palabra mientras se miraba acusadoramente.
Aun así el doctor se portó muy bien, puedo recordar su mirada tierna mirando a esa muchachita que tenía cortes hasta de dos dedos.
Me prohibió la soledad y Andreia trasladó mis cosas a su casa, obviamente era una terapia.
L a historia fue volviendo al principio, cuando yo me senté en la hamaca de la habitación y el viento soplaba con dulzura.
Él volvió.
La ráfaga del viento se aferró a mí alrededor.
- Vaya!- suspiró
- Tu! – dije sosteniéndole la mirada
- Si, yo
- ¿Qué haces aquí?
- Visitarte – me respondió sentándose en la cama
- ¿a quedarte? – una llama de esperanza se encendió en mi interior
- Siempre estoy contigo Eliza
- No entiendo – mi mirada curiosa lo hizo sonreír
- Ya comprenderás
- Pero….. ¿Cómo? –tartamudeé y el soltó una risotada
Se acercó a mí y me beso, fue un beso frío, como si me besara a mi misma en un espejo.
Me soltó jadeando, ocultaba una sonrisa.
- Así que siempre vas a estar conmigo, por ahí – él me afirmó con la cabeza- me hiciste reaccionar
- Lo necesitabas, era mi deber
- ¿deber?
- Si, tú me educaste para salvarte de ti misma
- ¿Qué? – cada vez la conversación se tornaba confusa
- Tu conciencia Eliza, tu inconsciente
- Mi?.....- no podía entender de qué me hablaba pero le seguí el juego
- Si, ese soy – hablaba solemnemente
- ¿no deberías ser mujer?
- ¿mujer?- definitivamente fue mi turno de desconcertarlo
- Sí, yo soy una chica, ¿mi conciencia no debería ser una muchacha?
- Pues todo no es como lo pintan querida
- ¿Por qué desapareciste en aquella exposición?, algo te molesto – me miró queriendo que me callara
- Te explico, las conciencias estamos conectadas, otras somos propiedad de otras personas y pasamos por generaciones enteras – me miro con seriedad – yo te escogí Eliza.
- ¿Por qué?
- Porque te pareces a Editte
- ¿Editte? – estaba confundida y él tendría que aclarar mis dudas
- “la muerte del ángel”
- La niña…..que…- no terminé la frase cuando noté la amargura que habitaba en sus ojos
- Ella también se enamoro de mi – dijo acariciándome la mejilla – al igual que tu sufría constantemente, el viejo abuzaba de ella, pero igual, Editte lo quería, se sentía tan sola – se quedó en un silencio un momento – por eso te llevé a conocerla, pero en lugar de ver el parecido entre ustedes, empezaste a reírte como una loca – su mirada se perdió- en fin – suspiró.
- Sigue – lo insté
- Cuando el escultor la amenazó con mandarla lejos, ella empezó a volverse loca de verdad – me miro con dureza – tu también lo hiciste, cuando viste que te trataban diferente, que se alejaban de ti, empezaste a caer en el abismo, cuando viste la parte que yo había dejado en tu mente y hallaste la manera, al igual que Editte, de hablar con esa parte – tenía los ojos húmedos – al verte así lastimada y casi muerta en tu cama, pensé que la historia se repetiría, no lo pude soportar, perdón si te asusté, fue cuando recibí la orden……
- ¿la orden? – lo interrumpí
- El viento también es amigo mío Eliza
- Ahh!
- Te encontré en ese estado, me desesperé – sus mejillas se tiñeron de rojo – tu reaccionaste, Editte, ella no lo hizo, yo la irrité, cuando volví esa noche, ella me volvió la espalda, me dijo que ella elegía al viejo que la dejara en paz, le prometí que así sería, pero esa noche la aloqué un poco más, quería vengarme, ella me había enseñado eso. Se arrodilló ante mí y me abrazó, su agarre fue duro, me levantó y me arrojó al aire, el viento me arrulló y ver eso la mató, al ver que yo desaparecía entre la niebla, se desesperó, se quitó la vida – a este punto de la historia él ya lloraba, y yo, yo, tonta hipersensible, sollozaba en sus brazos, mientras él hacía lo mismo enredado en mis cabellos.
- Tu, él viento y yo – logré balbucear, el me alzó y me depositó en mi cama.
Lo abracé junto a mí y lo sentí penetrar en mí ser, lo sentí colocarse a un lado de mi corazón y desaparecer en la niebla de mis pensamientos.
No morí esa noche, ni he muerto todavía.
Al día siguiente, “la muerte de un ángel” había sido destruida por un huracán en la ciudad anfitriona de la exposición.
Los ojos de esa niña me seguirán siempre y el viento estará ahí para ordenarme confiar, confiar en mi conciencia, en él.
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