Es indudable que el concepto de paz ha cambiado, tanto como se ha trocado el entorno de la naturaleza y como se diversifican los intereses del hombre en el transcurso de la historia. Hasta hace poco, esas tres letras que dibujaban una palabra traslúcida, evocaban palomas de albísimo plumaje, seres extendiendo sus manos, manos trenzadas en un saludo fraterno. Hoy, el concepto ha cambiado, ahora, la paz se negocia, es espuria, prostituida, ya no significa desarme y esperanza, sino transacciones de medianoche, cautelada por ejércitos en estado de alerta. Ya no invoca campos de trigales, sino la presea y la genuflexión para el poderoso, tembloroso tributo para quien gobierna en la cima del mundo.
Ha cambiado el significado de la palabra paz. Antes se valoraban las labores y la sonrisa franca de una mujer abnegada; ahora, la sonrisa arrogante de un mandatario, merece la palma sublime, tal como si fuese un recurso publicitario, y en ningún caso un galardón celestial.
Muchos se inmolaron por la paz, en la actualidad, algunos sólo la caricaturizan con sus actos, el planeta se extingue por el imperativo del progreso, otra palabra que ha perdido su esencia.
Paz, en la tierra a los hombres de buena voluntad, y también a los que la defienden por medio de alambradas y ejércitos innumerables, a los que la propalan con la música de fondo de las sibilinas balas, sea también la paz; paz para los huérfanos de padres asesinados, para las viudas, para los que cayeron a la vera del camino, para los que aún no aprenden a pronunciar palabra alguna, sea la paz, la rotunda, la inmanente.
Una blanca paloma sobrevuela el horizonte con una rama de olivo en su pico, pero, cuando lo abre para arrullar, un graznido atroz atrona el espacio, es la paz de los hombres modernos, falsificada en extremo, plumas burdamente blanqueadas, como los sepulcros aquellos.
Paz de ocasión, para quien guste esgrimirla, más como un trofeo que como un valor sublime…
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