El cocodrilo aburrido
El cocodrilo se despertó de una larga siesta después de un apetitoso almuerzo.
Había degustado un pollo que paseaba cerca de la orilla, un conejo saltarín, algún pez imprudente y unas cuantas aves que se le acercaron demasiado sin notar su presencia.
Observó la zona donde había vivido desde que nació y no pudo más que sentirse aburrido, harto de ver siempre lo mismo. Los mismos paisajes, ya sea bajo el agua o en las orillas de la costa, que con su borde poco firme, lleno de barro, le permitía muchas veces otear el horizonte, tras el cual se escondía un mundo posiblemente, más atractivo que el que le rodeaba en la actualidad. Muchas veces se alegraba, porque veía alguna canoa con seres humanos que visitaban el lugar, pero, con la misma velocidad se iban en cuanto lo avistaban, sin saber la causa.
Nadó a través del pantano donde había nacido hace un tiempo atrás, y decidió salir a recorrer el mundo en solamente 80 días. Eligió entonces emerger de entre los juncos que antes lo protegían, y se dirigió hacia el mar abierto.
Era pleno invierno, así que decidió asomarse y viendo como llovía y el agua que le caía sobre el cuerpo, con fuerza, se hundió en las aguas nuevamente. Pensó seguir adelante hasta encontrar algún lugar más apacible, deseo que logró concretar recién con la llegada de la primavera.
Nadó hasta lograr llegar hasta terreno firme donde se animó a caminar hasta donde comenzaban a florecer las margaritas. El cocodrilo se enamoró inmediatamente de una de ellas, la más esbelta, la más alta, la flor que desplegaba toda su belleza bajo el sol. Se acercó inmediatamente a ella para declararle su amor.
Si bien pensó que le había caído simpático porque ella lo miraba reluciente y con cariño, sonriéndole abiertamente, él decidió asegurarse antes de pedirle que lo acompañara. De manera que le arrancó un pétalo tras otro gritando ¡me quiere!, y, “no me quiere”, sucesivamente hasta que le quedó solamente un pétalo.
¡Me quiere!, exclamó complacido el cocodrilo, pero la miró más atentamente y ya no le gustó.
“Ya no eres la misma, y careces de la encantadora imagen que tenías cuando recién te conocí; tu aspecto actual no me gusta”, dijo, mientras le rodaban unas lágrimas sobre sus mejillas.
“Así no me gustas”, dijo, y se arrastró lentamente hacia la orilla del río, y se sumergió en sus aguas, desapareciendo lentamente bajo ellas, alejándose de un amor que duró muy poco tiempo.
Liliana Lombardi
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