El camino es una boca de lobos. Hay una arboleda que corre paralela latiendo al compás de la naturaleza. Imagino haciendo sonar el látigo en la noche, pero el carro se traslada a la voluntad del equino.
Ayudado por la linterna veo al frente una mancha negra que resulta ser una roca, entonces la arroyo rompiendo la rueda izquierda, quedando inútil mientras que el asno escapa ayudado por la oscuridad de la noche.
Siento que el viento hace temblar mi cuerpo, estoy resignado a esperar el nuevo día para continuar el viaje.
Calculando el frio que deberé soportar, decido incendiar el rodado de madera, por ende realizando una gran fogata.
Al descender el fuego a la altura de las rodillas la ruta despoblada parece un cantero con flores. Debo encontrar una excusa para mitigar el conflicto, lo que para la dueña del carro ha de ser una pérdida importante; pero seamos consientes que no ha sido para matar el aburrimiento sino para zafar del duro frío que se avecina.
Lástima no tener un cordero para aprovechar las brasas, que pena no contar con una mina para besarla frente al tibio calor de la fogata.
De todos modos me siento sofocado cual si hubiera ingerido fármacos vencidos, alquitrán en vez de café torrado.
Soy un simple mortal pero ante semejante espesura un vampiro.
A las tres en punto de la madrugada, cuando solo quedan cenizas, tomo el bolsón y comenzando a marchar por la ruta intento volver a la estación que calculo se encuentra menos lejos que la dueña del rodado desaparecido; que de seguro pretenderá que se lo pague como nuevo para lo cual opto por dar la espalda y volver a Buenos Aires en el primer tren que salga, además como quedando pendiente la suerte que corra el asno, lo cual es una incógnita que poco deseo quedarme a debelar. Cuando se hicieron las cinco y veinte empezó a clarear, ya estoy cerca, espero poder arribar y abordar él que sale a las siete.
Solo lamento tener que dejar algunas pertenencias, además olvidé el registro de conducir en la mesita de luz, pero con tal de no enfrentar la situación sería capaz de arrojarme de un cerro.
Debo agradecer a Dios los seis grados de temperatura, ha de ser un milagro, ayudado por el recalentamiento global, esta primavera anticipada. También doy gracia por la suerte de contar con dinero en efectivo, voy a tomar un suculento desayuno antes de partir.
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