Sucede hace días, semanas quizá. Acota el tiempo su regreso de sombras. No puedo asegurar qué es lo que provoca su repentina aparición en mis pensamientos, pero ahí está, agazapada como esperando una señal para materializarse en las vísceras.
Imágenes en transparencia van y vienen sin orden ni color, sin motivo ni sabor, sin invitación ni textura; aguardan cualquier grieta para aparecer y nublar la razón aparente de la estabilidad prendida de voluntades sordas.
¿Qué es lo que duerme cuando el amor se desdibuja? Soy una homicida del amor, el que yo sentí, el que yo inventé. Pero en mi idea de él, en esa donde es intercambio. Entonces, cuando sólo descubro la única dirección decido que no fue tal y ¿muere? Acaso de principio nunca lo fue y me hago responsable del resto. Y dentro de mí sé que miento, entonces absuelvo mis culpas. Es un vicio.
A veces, de tiempo en tiempo, desempolvo argumentos que bebo de a poco para convencerme yo misma del curso que he dejado seguir. Y aparento escuchar, aparento decir, aparento sentir. Como si hubiese creado una necesidad de afirmar lo inevitable para recrearlo en silencio después de inventar la sepultura vacía donde yacen los restos del olvido que se niega a ser. Y vuelve a empezar el martirio seco.
Y entonces sucedes, arrodillada al espejismo de figura inconclusa; lo único que se de cierto es que me aconteces, y me hieres de muerte cuando te dejo dormir a mi lado y te dejo beber de mi vaso.
Despiertas la vigilia conmigo y esperas tras el espejo para recordarte y recordarme que sigues ahí, pendiente de mis pasos, pendiente de mi mano para evitar que te expulse del paraíso en que has convertido mi cuerpo.
|