El joven la invitó al más maravilloso de los paseos. No solo se trataba de él, que era un ser místico, sin duda, un ser por descubrir. Si no, del lugar a dónde la llevó, y cómo le cambió con sus palabras, las imágenes que veía por doquier.
Al escalar ese parque, poco a poco a lo lejos, personas, edificios y ajenos a ellos, quedaban ridículamente aislados. Asombro sentían, cuando al encontrarse con algún deambulante, los miraban sorprendidos. ¿Acaso no era para ellos ese momento? Se preguntaba ella ofuscada, pero, se dejaba llevar por esas palabras que volvían a transportarla a otros tiempos, a otros escenarios, coloridos, inhóspitos, desiertos y paradisíacos.
El tomó uno de sus menjunjes y elaboró, con la más hermosa y sabrosa de las hojas, el papel deseado. Luego de acabarlo, flotaba en el aire, un aroma de triunfo, un aroma desconocido particularmente adorable. Siguió con sus palabras, y esta vez, la llevó a un territorio diferente, dónde las mariposas, formaban dragones en bandadas, que se alimentaban de la cima de las colinas y bajaban suavemente como nube que todo lo envuelve.
Llevaba a cuestas su instrumento, y tocaba su música para ella, al caer la noche, y por la falta de provisiones, decidieron iniciar la retirada. El parque ya había cerrado, debieron explicar al guardia que no llevaban relojes y se les pasó la hora. La luz enceguecía sus miradas. Tomaron un bus y llegaron a la estación. Ella tomó un tren, y él la despidió con una bella melodía energizante.