Camino a casa
Por marlon gámez



Siempre hay gente por donde se mire, aun en nuestro interior. Siempre hay gente y eso significa que hay vida. Y donde hay vida hay variedad de ellas. Y eso pensaba a las tres de la tarde cuando baje del autobús. Una bicicleta atravesó frente a mí como una ráfaga de viento sombría, el ruido de las bocinas y de los vendedores ahogaban la estación. Una anciana con su delantal esperaba el bus de Masaya, a su alrededor muchos canastos con frutas rancias y verduras deshidratadas desprendían un aroma a muerte. Una niña corría descalza en la acera y se perdió en una esquina de la cuadra. La calle se extendía cuesta arriba, llena de baches y hoyos, charcos y basura regada. A esa hora la gente que se queda en casa sale a las aceras y se sientan en sus sillas a disfrutar del aire fresco. Algunas vecinas se arriman para charlar un poco, el ruido del transito va quedando atrás, y los pájaros cantan en las ramas lejanas. Un perro ladra al verme pasar, y me asusta. Un amigo me saluda con una sonrisa, una joven cierra la puerta al divisarme de lejos. El sol en mi espalda me calienta y me sofoca, doblo la siguiente esquina, doblo una esquina más. El cielo despliega múltiples formas con sus nubes formadas en capas transparentes que se transforman y disipan. El cielo azul con matiz naranja anuncia la tarde, la puesta del sol. Camino diez metros más saludo a mis vecinos, la vendedora de cajetas pasa a prisa para ver la telenovela. Llego a mi casa y ahí está mi familia, me miran todos al llegar, ¡existo!. Que hermosa es la vida.