Tenían ocho años cuando se conocieron y fue la primera vez que les hormigueó la espalda al verse juntos a la orilla del rió. Era quizá un poco extraño, el juego, la infancia y recibir de ella el regalo sublime del primer beso a tan corta edad, pero el relleno no les importó, ese relleno de palabras que hoy en día los adultos suelen ponerle a ese momento, puesto que solo arrugaron los labios y con fuerza juntaron el uno con el otro. Posterior a eso compartieron juntos un pan con mermelada de mora y hablaron de cosas de niños.
No pararon de juntar sus bocas hasta cumplir los veinte, eran la relación más larga que el mundo podía conocer, eran eso que todos quisimos tener y que al darnos cuenta que, no siempre se consigue, les miramos y simplemente sonreímos o suspiramos, eran como pan y la mermelada de mora.
Creían en el amor, pero nunca creyeron en el matrimonio, no creían que en un papel cupiera escrito lo que ambos sentían, el uno por el otro, así que sin más no se casaron. Parecía que la Virgen del Rosario los había bendecido, puesto que cada proyecto que se disponían a realizar terminaba en absoluto éxito, como la idea de vender mermelada casera de mora, hecha por ellos, con el toque de besos que siempre les acompaño. Sus mermeladas de vendieron como quien vende el amor en frascos de 380 grs. A prisa y con demasía, nadie llevaba solo un frasco y sin darse cuenta, un buen día tenían toda un fábrica, veinte personas trabajando, cuatro camionetas y un buen prestigio, apoyado en el lema; “Hechas con amor; entregadas a la pasión de doce años”.
Fue así como se pasó el tiempo, con las mermeladas de mora como única línea de producción y con un amor que parecía no acabar, como las matas de mora.
Una mañana de verano cuando el sueño de amor y mermeladas se terminó sin más, todos lo vieron salir a él de la fabrica esa mañana, cabeza abajo, el sombrero en la mano y la chaqueta al hombro, como quien no tiene nada que hacer por la vida, caminando con lentitud hacia el Ford azul que le esperaba en la calle. Más atrás salió ella, con los ojos hinchados y el labial corrido, al parecer quería seguirle pero a si misma se detenía con los brazos hacia atrás. Cuando el auto partió ella dio media vuelta e ingresó a la fábrica nuevamente, se subió a una caja de madera, con sus zapatitos de tacón negro, inhalo el aroma a mermelada recién hecha y se dispuso a hablarles a los trabajadores.
-Hoy no se pondrán más moras el las calderas, a las doce del día se pondrán las ultimas bandejas de moras en la caldera grande y ocuparan el azúcar que queda en la despensa, los frascos que hoy rellenemos serán los últimos que harán en sus vidas para esta empresa, porque hoy cerraremos las puertas y quedarán todos despedidos. Como no se les avisó antes, me encargaré de que todos reciban lo justo y además un bono por su despido. Como ya se habrán dado cuenta Don Jacinto ya se ha ido y yo no quiero arriesgarme en nada más en esta vida.- Hizo una pausa para meter sus manos a los bolsillos de los pantalones y con la voz más temblorosa que de lo normal respiró profundo nuevamente, saco un papel y lo levantó aún más alto para que todos lo viesen y exclamo con fuerza. – Pero antes, a la que me quiso quitar mi vida que se acerque a mi oficina al termino del turno, quiero que me expliques porque te quisiste quedar con mi hombre, a sabiendas de que lo él tenía conmigo hasta tu quisiste tenerlo, nunca me di cuenta de que en estas mermeladas no estaba solo el esfuerzo de mi Jacinto y yo, si no que faltaba una, una que no supo conservar su lugar en esta empresa como es debido y que por culpa de ella hoy todos los demás quedan sin trabajo, mientras ella…- Hizo una pausa para volver a leer el papel, pero en voz alta. –“Se va a las Torres del Paine a descansar de tu vieja culona y de las mermeladas asquerosas que vende”. Yo ahora voy a ayudarles y espero que entiendan mi situación.
Se bajo de la caja con la ayuda de otro trabajador que estaba ahí cerca, le miró a los ojos con ternura, ella respondió con una mirada seca del dolor, a los minutos estaba con un delantal blanco, revolviendo la caldera repleta de mermelada de los ojos le brotaban lágrimas que iban cayendo a la misma mermelada. Así siguió hasta el pitazo del cierre del turno, no se quito el delantal y partió a su oficina, se sentó en su silla, le pidió a la secretara una copita de coñac y una taza con agüita de toronjil, cuando iba en el segundo sorbo de su taza, entro en la oficina una mujer, de mediana estatura, cara regordeta, pechos grandes y redondos.
- Supongo que yo le debo a Ud. una disculpa.-
- Tu a mi no me debes nada, querida.- Le contesto al momento. - Algo bueno que tiene el coñac y el agua de toronjil es que te despejan la mente cuando crees que todo es tan oscuro como túnel para la Argentina, pues resulta que ni las disculpas me debes por que de algún modo me la pusiste fácil, ya que ahora se que mi poto es más grande que el tuyo y que mis mermeladas, con las cuales me gane lo que tengo hoy, son asquerosas. Pues resulta que tu opinión me ha abierto los sentidos y aunque me duele, como puñalada con hierro al rojo vivo, no te diré más de lo que en palabras y trabajo te expresé allá en mi campo de batalla. Por alguna extraña razón, nuestro Jacinto, me pidió matrimonio seis veces en nuestra larga relación y yo nunca le dije que si, pues por tanto este negocio está a nombre de los dos y para aspectos legales nosotros somos socios en una empresa que hoy yo acabo de cerrar y nunca quise casarme con él porque siempre pensé que me dejaría por otra y hoy que estoy parada justo en frente de la que me arrebato de los brazos a mi Jacinto tengo que decirte que no podrás irte a las Torres del Paine con él. Porque tenemos cuatro camionetas y de ellas solo dos están pagas, las otras dos aún se les debe cancelar lo que les queda, así también pasa con las calderas grandes, en una de esas trabajas tu como revolvedora, eso deja como resultado una suma de dinero aproximado, de siete escudos, que son los que, liberados del sueldo de todos los trabajadores, incluyendo el bono, los pagos de los toneles de azúcar y otros gastos comunes de esta empresa, no te alcanza para ir para las Torres del Paine con Jacinto, a menos que venda la fabrica y de eso pague el Ford que se compro, con el que te lleva a esa casucha toda fea a hacer sus cochinadas, y ahí le quede unas cuantas chauchas para llevarte en el Ford o a lo mejor te lleva en bus pero por el momento no te alcanza porque la mitad de esa plata es para mi y no me gustan las Torres del Paine así que no te daría la plata para eso. Así que lo siento, querida, pero no hay plata para tu viaje ni mucho menos para ti, estás despedida y que no tienes derecho a bono y tu pago será el mismo que el de todos los meses.- Dijo finalmente y suspirando sonrió.
La mujer salio de la oficina atónita, caminó con miedo por la fábrica, no retiro su sueldo solo se fue, sin más.
Al día siguiente la fabrica exhibía un letrero que decía “SE VENDE” a los dos meses Don Jacinto le entregaba las llaves a la que fue por su novia doce años y que se convertía en la única dueña de una fábrica de mermeladas vacía pero con ganas de comenzar nuevamente bajo el alero de una nueva administración, que en dos meses había viajado a Francia y que había conocido el cuerpo de otro hombre, probado la mermelada de naranja y había renovado su guardarropa. Le entregaba las llaves a Violeta, a la flamante Sra. Violeta de Du-prè, esposa del afamado chocolatero francés el cual le dio a probar la mermelada de naranja.
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