Por fin apagó el computador. Buscó su abrigo negro que estaba colgado junto a la puerta, se lo puso y se dispuso a salir del despacho. Ya nadie quedaba en el lugar, todos, pasada las seis, comenzaban a despedirse de sus compañeros de trabajo; más aún en día viernes en que todo el mundo andaba más alegre y ansioso por comenzar pronto el fin de semana.
Delia bajó las escalas sin apuro y con una amplia sonrisa se despidió del guardia de la empresa. Era una noche fría, sin embargo parecía que las personas no lo notaban; el ambiente festivo en los bares y las calles, daban el aspecto de ser verano. Las bajas temperaturas no mermaban el flujo de personas.
Se le hacía difícil a la mujer caminar entre la muchedumbre, en realidad no había apuro; nadie la esperaba en su departamento rentado en el sector más opulento de la ciudad. Tampoco estaba invitada a algún lado, hace mucho tiempo que había perdido el contacto con antiguos amigos y ella no sentía ningún interés por visitar a su familia.
En lo sentimental, hacía más de dos años que su novio se había hartado de pedirle matrimonio, por lo que decidió acabar de una vez con esa relación. Ambos tenían distintas metas. Él estaba feliz con su profesión y ya sólo deseaba formar una familia. Delia por su parte, le gustaba mucho ser auditora, pero no quería atarse a un hombre e hijos; le gustaba su independencia y aunque lo amaba, más grande era su amor por escalar posiciones dentro de la empresa, ser reconocida y ganar mucho dinero para vivir como ella se lo merecía. Jamás le dijo que antes de que la relación acabara entre ellos, una vida se había estado incubando en ella; si se lo hubiera dicho, seguro no le habría permitido interrumpir esa concepción y ella no estaba dispuesta a alterar sus planes. Ya tendría tiempo, más adelante, de preocuparse de esas cosas.
Siempre actuaba como si ese día fuera el primero de su vida y estaba llena de planes para el futuro, no tenía tiempo para el presente que rápidamente lo veía como pasado.
Al llegar a su departamento, el silencio absoluto la esperaba, estar en el doceavo piso le garantizaba tranquilidad absoluta. Se sacó su abrigo negro, lo colgó en el armario. Se dirigió a la cocina para ver qué se le antojaba;guardaba la comida congelada, tenía mucha variedad, era sólo apretar el botón del microondas y listo. Se le fue el apetito. Lo pensó mejor y cambió alimento por alcohol, últimamente acostumbraba hacerlo cada viernes pero el día anterior también se le antojó y el miércoles tamibién.
Cuando iba en la tercera copa, se paró medio tambaleante, se dirigió a su cuarto y hurgó entre muchas cajas de zapato de fino calzado. De allí extrajo un arma y la puso en su sien........ Por fin cayó a la cama, balbuceando incoherencias, totalmente borracha; tanto vodka siempre le alteraba su mundo perfecto.