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Que contradicciones me ha traído la vida. Yo me consideraba una persona racional y calculadora, una persona que no deja que su corazón tome las decisiones importantes, enfin, una persona con completo control sobre su futuro. En este momento pienso que ya no me conozco a mí mismo.
Hace ya algún tiempo que ella terminó conmigo. Nunca me había sentido tan mal. Nunca creí que una mujer pudiera afectarme tanto. Yo había escuchado historias de amigos míos que terminaban sus relaciones sentimentales y quedaban completamente destruidos física y mentalmente. Siempre pensé que ellos exageraban, que eran débiles. Todo parecía tan simple: sólo tenían que olvidar y seguir adelante. Ahora me doy cuenta que las cosas no son tan fáciles…y que yo no soy tan fuerte como creía.
Antes de conocerla nunca había sentido lo que era el “amor” a pesar que varias mujeres habían pasado por mis manos. La verdad es que esta palabra no tenía mucho sentido para mí. Mis relaciones nunca fueron muy estables. La mayoría de las veces no duraban más de una semana. Hasta ese momento, yo conocía mujeres, pasábamos un rato juntos y nos decíamos adiós para siempre. Nunca llegué a sentir nada diferente a una simple atracción física hacia nadie.
Cuando la conocí las cosas fueron distintas, todo cambió. Por primera vez en mi vida sentí el deseo de compartir todo con una mujer. Me sentí seguro. Confiaba en ella como si fuera alguien que siempre había estado ahí. Poco a poco compartí con ella todos mis más íntimos secretos; hablábamos de temas que no me hubiera atrevido a discutir con nadie más. En un principio todo parecía ser perfecto. Ella estaba completamente entregada a mí y yo a ella.
Por razones que todavía me son ajenas, empecé a sentir miedo, estaba confundido. Lo que antes era una seguridad absoluta se convirtió en una especie de mentira. Durante un tiempo mis sentimientos hacia ella no fueron los mismos y yo alcanzaba a percibir (erróneamente) que ella ya no sentía lo mismo. Estaba convencido que lo nuestro no era sincero, que era mejor terminarlo todo. No quería seguir aparentando, no quería herir a la persona que tanto había querido.
Me armé de valor y la confronté. Qué grave equivocación. En medio de lagrimas y lamentos le hablé de mis sentimientos, de como todo había cambiado e intenté justificar por qué no podíamos seguir juntos. Ella me dijo que estaba cometiendo un error, que debíamos luchar por mantener lo nuestro, que me iba a arrepentir.
No la escuché. Todavía me arrepiento. Terminé todo.
En un principio ella sufrió mucho. Su manera de comer, de hablar, de caminar, de vestir… de vivir no eran las mismas. Me odié a mi mismo por lo que le había hecho. No podía verla así. Intenté estar presente como un amigo y ella comenzó a transformarse en la mujer sonriente, hermosa y amigable que siempre había sido.
El tiempo pasó y como un niño que no sabe lo que quiere volví a sentirme atraído hacia ella. Intenté hacer callar este sentimiento que estaba renaciendo dentro de mí. Quizás era un poco por orgullo pero más seguramente era porque no quería hacerla pasar por lo mismo otra vez.
Mi corazón venció a mi razón y, tragándome todo mi discurso anterior y mis argumentos absurdos, le pedí perdón, le pedí que volviera a mí. Increíblemente, ella me aceptó. No sé por qué. Sólo sé que estábamos juntos otra vez y que esta vez yo no iba a arruinarlo todo.
Algún tiempo pasó durante el cual vivimos de nuevo nuestro pequeño cuento de hadas. Estábamos juntos todo el tiempo. No necesitábamos hacer nada especial, sólo con estar al lado del otro nos bastaba. ¡Qué buenos tiempos aquellos!
Sin embargo la felicidad tenía que llegar a su fin. Después de lo que yo le había hecho ella nunca volvió a confiar en mí de la misma manera. Yo lo había estropeado todo. La herida que yo le había causado nunca terminó de sanar. Yo alcancé a percibirlo. Intenté corregir mis errores, intenté quererla más, intenté hacerla feliz. No fue suficiente. Ahora sé que debí haberme esforzado más, ahora sé que pude haberlo hecho.
Un día ella me dijo que necesitaba hablar conmigo. Aunque quizás inconscientemente estaba esperando lo peor las noticias llegaron sorpresivamente. Me dijo que no estaba feliz. Me dijo que lo nuestro no tenía futuro. Me dijo que quería estar sola… sin mí. Lagrimas salieron de mis ojos. Era la primera vez que lloraba por una mujer. Lleno de rabia, tristeza y orgullo me alejé de ella y traté de convencerme de que no la necesitaba y de que todo iba a ser mejor. Ahora era libre y podía hacer lo que quisiera.
Esta terapia de auto convencimiento duró bastante tiempo. Me refugié en mis amigos y en otras actividades que mantuvieron mi mente ocupada. Por un momento estuve seguro de que ya no la quería. Me decía a mi mismo que nunca volvería a pedirle que estuviera conmigo y que no la aceptaría si volvía a mí, que ya todo estaba en el pasado.
Ojalá todo hubiera sido tan fácil. Empezó a hacerme falta, mucha falta. Sentía mariposas en el estómago cuando pensaba en ella. No podía concentrarme. No sentía ganas de comer. No quería hacer nada.
Hace algún tiempo leí un libro cuyo título no recuerdo. Una doncella había perdido a su caballero amado y había caído enferma y no podía ni siquiera levantarse de la cama. Que tan estúpido me había parecido…
Traté de racionalizar mis sentimientos y de meterme en la cabeza que ella no era buena para mí. Que ingenuo que fui. Inesperada y desafortunadamente para mí, mi corazón fue el que se impuso y el que dictó mi manera de actuar. La invité a mi casa. Le hablé de mis emociones, de las huellas que ella había dejado en mí. Me tragué mi orgullo y le dije que volviéramos. Me respondió que no de una manera definitiva. Todavía me acuerdo que me dio una explicación tan válida y tan racional que yo no tuve manera de objetar. Cuando se fue quedé completamente mudo. Me dejó completamente desarmado, destruido. ¡Qué mujer!
Pasé noches sin dormir y días vagando sin rumbo como un ente perdido. De nuevo perdí las ganas de todo, de nada… Lo único que hacía era existir. En un instante de lucidez decidí probar de nuevo. Le escribí una carta en la que describía lo que había sido para mí nuestra relación y le pedía perdón por todos los errores que había cometido. Le decía que no quería que me sacara de su vida. Me respondió que yo era una persona muy importante para ella y que ella también quería continuar pasando tiempo conmigo… como amigos. ¡Qué golpe!
Como una mosca que no se cansa de darse golpes contra una ventana intenté hacerla volver una y otra vez. No quería rendirme, no quería dejarla ir. Como era de esperarse sus respuestas fueron siempre negativas, y a medida que pasaba el tiempo ella empezó a cansarse de mi patética actitud. En un principio yo podía notar que era difícil para ella decirme que no, alcanzaba a percibir que todavía ella tenía sentimientos especiales hacia mí. Las últimas veces estos sentimientos estaban completamente ausentes. Yo podía leer en su mirada que su paciencia hacia mí se estaba agotando
La última vez que hablé con ella simplemente le dije que iba a dejar de molestarla, que la iba a dejar vivir.
Hace poco la he vuelto a ver. Está tan hermosa, alegre y sonriente como cuando era mía. Creo que su corazón pertenece a otro. El mío siempre será de ella.

Texto agregado el 05-10-2009, y leído por 58 visitantes. (1 voto)


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