Yo lo bajé de un hondazo a Juan Salvador Gaviota.
Bicho de porquería, estaba flaco, desnutrido. Y qué querés, si se dedicaba a pensar estupideces en vez de buscar algo para picotear y echar al buche, como el resto de sus parientes. La poca carne que tenía era fibrosa y dura, y qué querés, si se pasaba el día volando. Ya le había hecho vicio eso del vuelo y para mí que no lo podía dejar, iba y venía de acá para allá como un loco, dale que dale con el aleteo y con eso de subir cada vez más arriba; sí, claro, no va a ser subir cada vez más abajo, imbécil, diría mi vieja si me oyera. El asunto es que cuando no daba más, se largaba en picada, cerraba las alas así, como Batman, ¿viste?, y se dejaba caer, y desde allá se venía con toda, echando putas, ¡Hablá bien animal!, diría mi vieja; se venía echando mujeres de mala vida, directo al suelo, yo creo que desde más alto que los aviones, como una flecha, y cuando se estaba por estampar, levantaba la cabeza y hacía una u y se iba para arriba de vuelta. Como para que no tuviera así las plumas, todas deshilachadas, medias reviradas, como chamuscadas, vos vieras, se le salían solas cuando lo pelaba, yo le calculo que debe haber ido como a ciento veinte el muy bestia, y yo desde acá le tiraba una pedradas bárbaras con la gomera. Pero andá a pegarle si sos brujo. Me pasaba todo el día apuntándole, y el resto de los presos se mataban de risa y me hacían burlas. Hasta que lo busqué bien abajo, justo cuando estaba haciendo la u y ¡fa!, le tiré con una piedra de esas chatitas, de esas que son buenas para hacer sapitos en el agua, pero que no sirven para hondear. Con una de esas, mirá vos, quién lo hubiera dicho, ¿no?, le di con toda, a unos veinte metros, lo hice mierda. ¡Andá lavate la boca bestia! ¡Parece que yo no te hubiera enseñado a hablar bien!, diría mi vieja si me oyera; lo hice necesidades, se escuchó un pum y saltó el plumerío, y el Juan cayó en seco ahí nomás, ni tiempo para pensar sus últimos pensamientos debe haber tenido. Ohhh, ¿sabés qué?, yo no lo podía creer, los días que me habré pasado ahí agachado, quieto, medio acalambrado, esperando tenerlo a tiro; estaba loco de feliz.
¿Sabés qué fue lo único que me falló?, que el piedrazo se lo pegué acá, entre el ojo y el pico, y se le reventó la cabeza, y para todos lados se le volaron los sesos, que era justo lo que más me interesaba; yo los quería cocinar y probar qué sabor tiene eso de la libertad.
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