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RIZZO

La noche comenzaba.
En lo alto las estrellas se agarraban sudorosas de las nubes. Un viento miedoso barría sin gritos las hojas que se desmayaban de los árboles.
Era una noche completamente bella: negra y tiznada. No como ayer, que había una luna encendida.
Rizzo abrió los ojos.
El hambre lo despertó en compañía de una sed que lo ahogaba. A pocos metros divisó un charco. Se arrastró hacia él. En el fondo un gato sucio le devolvió la mirada. Acarició una y otra vez el líquido con su lengua. Con cada sorbo una fuerza desconocida se anidaba en su cuerpo.
¡Maulló! Un rugido brotó de su garganta. Sintió miedo; parecía no ser él. A lo lejos una rata corría por la acera. De un salto cayó encima del roedor. Fue un salto de 100 metros. Sobreponiéndose a la sorpresa, atacó. Sus garras se perdieron en el vacío.
Rizzo temeroso, palpó su cara. ¡No la sintió! Lanzó un par de zarpazos a un bote de basura, pero nada, su cuerpo se había transformado en una sombra. Otra vez sintió miedo, y con un grito callado asustó al silencio que lo acosaba. Tenía que averiguar qué ocurría y aquella noche la dedicó a experimentar.
Se abalanzaba contra las paredes sintiendo lo frío del material fusionándose con su ser. A su antojo, sus uñas crecían de un modo espectacular. Pelo, colmillos, ojos... aumentaban a sus anchas con solo pensarlo.
Su camuflaje era perfecto. Podía convertirse en la sombra de cualquier cosa, cerrando simplemente sus ojos. Y lo mejor de todo: ¡Podía volar!
Al llegar el día con los primeros rayos de sol, Rizzo se agachaba y se agachaba, hasta desaparecer en cualquier rincón.
Con la llegada de la noche, despertaba sediento en busca de agua para beber.
El tiempo siguió su marcha, arrastrando con él la sombra de Rizzo.
Muchos años corrieron, hasta que voces de leyenda empezaron a nacer: Contaban de un animal oscuro que se paseaba por aquella calle. Contaban de él, pero no del dolor que lo embargaba.
Una noche al abrir los ojos, Rizzo se sintió cansado de morir y morir... Caminó despacio imitando el gato que hace tiempo dejó de ser. Sus pasos viajaron hacia el lago. No podía seguir viviendo aquella muerte una noche más.
¡Llegó! Se dejó caer. Las aguas lo abrazaron con esa misma ternura con que la tierra abraza los cuerpos sin vida.
“Adiós Rizzo” - le gritó el bosque con su voz oliendo a madera – “ adiós amigo, te vamos a extrañar”.









Texto agregado el 04-10-2009, y leído por 83 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
04-10-2009 Importante: la idea es buena, el planteo está bien hecho y la resolución es acorde. Detalle: hay que pulir los adjetivos, eliminarlos hasta su mínima expresión, porque su exceso destruye la belleza de cualquier buena frase. Es como si en un jardín sobreabundaran las flores hasta ahogar al que mira con los colores y aromas y se prefiriera un sola flor que crece contra la pared, casi desprovista de hojas. Hay un buen autor aquí. Y no abundan, creame. tiralineas
 
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