En los indómitos mares de la Patagonia habitan las bellísimas ballenas. Dicen los más viejos habitantes de Argentina que estos bellísimos seres de la creación comunican sus tristezas a través de los profundos sonidos que emiten al pasar con sus respectivas familias, y se puede percibir su tristeza cuando pasan a distancias visibles de las orillas del mar.
Pablo vivía cerca de Bariloche, y había visto muchas ballenas. Incluso en algunas noches de invierno había tenido la dicha de visualizar la aurora boreal. Le encantaba ver semejante espectáculo. A pesar del frío inminente que hacía en esa época del año, él lo disfrutaba muchísimo.
Pablo como muchos argentinos de la Patagonia amaba a sus queridas ballenas, y por eso detestaba esos marinos que las cazaban solo por un gramo de aceite. Hasta hace algunos años atrás las Ballenas venían en gran número hacía la orilla de la playa, produciéndose la muerte instantáneamente. Es como si supieran en su interior lo que les esperaba.
A Pablo le indignaba todo esto. Como era posible que estos bellísimos mamíferos se suicidaran de esa manera. Tenía que hacerlo algo. Aunque no había pensado nada en ese momento.
Sin embargo Pablo tenía sus sueños y sus más altas esperanzas, y si él ponía su granito de arena para salvar a estos gigantes, tal vez él podría marcar la diferencia.
Pablo era un joven de apenas 16 años, y como todos en esas edades tenía sus propias metas y sueños. Su familia no lo sabía, pero él quería ser un biólogo marino. Pero, él era muy pobre, provenía de una familia de pescadores. Sin embargo él pensaba que nada era imposible, lo importante era proponérselo y luchar por cumplirlo.
Un buen día, al finalizar de ayudar a su padre, en limpiar el pescado, y organizarlo para llevarlo posteriormente al mercado temprano en la madrugada fue a dar su caminata por los bordes del acantilado. Y entonces allí lo vio: Era un pequeño cachalote. Menos mal que no había llegado a la playa, pero se podía distinguir desde los acantilados. Era de un color gris plateado con una singular estrella cerca de la mandíbula. Estaba sorprendido. Nunca había visto nada parecido.Se acercó sigilosamente. El pequeño cachalote pensó en huir y alejarse rápidamente al detectar la presencia de un humano. Pero no lo hizo. Dicen que algunas ballenas detectan el alma de los seres humanos, sobre todo cuando muy jóvenes. El simpático Cachalote lo saludo echándole con sus aletas una buena dosis de agua. Pablo no se molesto para nada. Estaba emocionado de tener esos gigantes tan de cerca.
-Amiguito, ¿dónde esta tu familia?
Este le respondía zambulléndose dentro del agua y volviendo aparecer instantáneamente. Pablo se dio cuenta que podría hacer una linda amistad con el. Sin embargo, a pesar de que había transcurrido algunas horas con él, al poco tiempo se fue desapareciéndose por el mar.
Pablo llego a su casa empapado. Sus padres extrañados le preguntaron.
-¿Dónde estabas metido?
- Por allí. Compartiendo con los muchachos. Uds. saben como son
Sus padres no se preocuparon para nada, así que lo dejaron tranquilo sugiriéndole que se cambiara y cenara, porque pronto era la hora de comer.
Secretamente Pablo iba todos los días al acantilado para ver si veía a su amigo otra vez. Pero no aparecía. Así que pensó. Es lo mejor, así esta con las otras ballenas, y estará seguro de esos despiadados marinos.
Una tarde escuchó unos chillidos. Era su amigo. Unos marineros intentaban atraparlo con una red.
-¡Ya casi lo tenemos! Decían
Pablo al darse cuenta empujó salvajemente a los marineros. Los tumbo al piso, y con un pequeño puñal, rompió gran parte de la red. Como buen pescador, él conocía las bases de la red, y que partes eran las más frágiles.
- ¡Te volviste loco! Ese animal podía ser un buen señuelo para atrapar a las otras ballenas, ahora se va escapar.
- Eso espero. Le contestó Pablo.
El Cachalote aprovecho la oportunidad para zafarse e escaparse nadando a grandes velocidades hacia mar adentro.
Los hombres se retiraron refunfuñando profiriendo insultos al pobre Pablo. Pero, este lo ignoro.
Hubo una temporada en que no se conseguían peces por ninguna parte. Era como si hubiesen desaparecido. Los hombres del pueblo decían:
-Tendremos que cazar las ballenas, y así ganarlos algo para comprarnos alimento.
Pablo no le hizo gracia. Les pidió que lo reconsideraran. Daba mala suerte hacer tanto daño a los animales.
Una tarde, Pablo decidió buscar peces, así que se fue en su lancha a alta mar. Trataría de encontrar algunos así los hombres se olvidarían de esa terrible idea de hacer daño a las pobres ballenas
No había visto un miserable pez. Frustrado con rabia, y malhumorado decidió devolverse a su pueblo. Pero en ese momento apareció su amigo. Y no solo estaba él sino también otras ballenas. Que emocionado estaba.
El cachalote le echo agua otra vez con las aletas indicándole en su lenguaje que lo siguiera. Pablo lo comprendió. El cachalote en conjunto con las otras ballenas lo llevaron a un arrecife. Estaba lleno de peces. Grandes y pequeños. Había grandes atunes, sardinas y cantidad de peces para elegir.
Pablo no perdió tiempo. Lanzo la red, y con gran destreza logro pescar una cantidad de peces.
-Gracias amigo. Te lo agradezco. Mi gente no se morirá de hambre.
Entonces Pablo fue testigo de algo increíble. Las ballenas cantaban. Que bella melodía. No era como esos lamentos tristes que había escuchado Pablo en la playa. Y entendió, era una forma de agradecerle lo que había hecho por el pequeño cachalote.
Pablo no volvió a ver a las ballenas en alta mar. Al principio se entristeció mucho, pero entendió que era lo mejor para ellos. Fue de regreso a su aldea y les enseño todo lo que había pescado. Estaban atónitos.
-Muchacho, ¿Donde conseguiste tantos peces? Le preguntaban
-Cerca de un arrecife. Yo los puedo guiar.
Y así fue que un amable cachalote salvo a toda una aldea de un gran azote de hambre. Pero Pablo no lo dijo nunca. Ese era su secreto. El estaba ferviente seguro de que el mar tiene muchos secretos, y tal vez algún día los desvelemos cuando la humanidad vuelva totalmente en cada ser viviente.
Con el tiempo, y con mucho sacrificio, Pablo entró en la universidad y ahora es un excelente Biólogo marino. Y lleva en ocasiones a sus estudiantes, y amigos a que presencien a las ballenas, y algunas veces, no muy frecuentemente se acerca una ballena a la embarcación y le llena a toda la tripulación de agua.
Entonces Pablo lo reconoce. Es su querido amigo. Es una grandísima ballena, y como no distinguirla. Sigue con su pequeña identidad. La estrella al lado de la mandíbula.
Pablo ríe de felicidad. Los estudiantes más jóvenes emocionados también se ríen y disfrutan el momento. Y así fue como un muchacho pudo marcar la diferencia. Hoy en día, en muchas partes de la Patagonia hay más ballenas que hace algunos años. Por eso se dicen que nosotros podemos marcar la diferencia poniendo siempre nuestro granito de arena.
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