ESCRITO CONVULSIONADO
El silencio era el dueño del espacio. La luz de la tarde, colándose por los cristales de la ventana, se posaba sobre la superficie de una mesa, en la que descansaban un sin fin de hojas que dejaban ver trazos de una escritura desesperada, parecían los gritos de mil voces ausentes. Afuera el viento despeinaba la frondosidad verde de los árboles, se colaba entre los contornos de altas nubes, encendidas por un sol orgulloso. Dentro, nuevamente, el sonido de una mosca solitaria se movía en círculos, impregnando el ambiente de soledad convulsionada.
La silueta del humano estaba rígida, aparatada en un rincón donde la pared parecía más antigua. Aparentaba, el humano, que poseía dos ojos que no miraban, dos manos sin movimiento, un abdomen riguroso, plano, sin palpitaciones; piernas que nunca fueron ni vinieron de lugar alguno. Una boca de la que ninguna palabra había salido, ni un sonido. Sin embargo, el aliento daba cuenta de síntoma de vida, y el movimiento detenido de sus ojos sobre uno de los papeles escritos era señal inequívoca de una relación metafísica entre este humano, la existencia quieta de unas palabras estampadas en papel y el silencio que gobernaba el ambiente.
Sin previo aviso, sus pies se movieron en dirección a la mesa, se sentó frente a los escritos y en actitud desenfrenada comenzó a descargar palabras sobre el papel con una mezcla de enfado y humildad, una mezcla imposible, de no ser porque a cada trazo violento le seguía una lágrima en la que estaba encerrada una luz que iluminaba diáfanamente la soledad de la habitación. El sonido de los trazos sobre el papel era una música escapada de ningún lugar, llevaba el ritmo de una historia en la que ecos de voces producían un laberinto por el que divagaban diversas emociones extraviadas en papel.
A cada palabra le seguía la febril reacción del humano manifestada en contorsiones del rostro que parecía acompañar los acontecimientos de la historia descargada por sus manos. El llanto a veces llegaba a mojar el papel produciendo una huella redonda con contornos de color amarillo-verdoso, caían indistintamente sobre cualquier palabra, marcándolas, una de ellas cayó sobre la palabra alma, otra mojó completamente la palabra flores, una lágrima violenta golpeó de lleno en la palabra vida Ningún acontecimiento externo era capaz de detener la vorágine desatada entre lágrimas y palabras que se multiplicaban, mientras la tarde afuera desarrollaba el tiempo y espacio repetido para los seres que la habitaban, dentro la mosca posada sobre la superficie de un viejo abrigo que colgaba de un clavo en la pared, parecía guardar respeto por lo que sucedía.
El tiempo que duró esta tempestad desatada en la soledad de la habitación en una tarde de sol, nadie lo puede determinar, solamente queda claro que duró lo que dura el dolor de un olvido, o lo que dura el regreso de la sonrisa a los labios de un cadáver.
Testigo mudo fue la noche cuando llegó y se filtró por una ventana abierta a la habitación, donde encontró al ser humano exhausto derribado sobre el escrito, y a la mosca posada sobre la mano que sostenía la estilográfica con la que había marcado sobre el papel la palabra fin.
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