Había un sombrero para esconderse, pero nadie los utiliza bajo techo.
Había un cartel teatral alemán de 1939.
Había un vaso con agua sobre una mesita. Un libro marcado a su lado.
Había un despertador sin pilas.
Había unos ojos que querrían cerrarse de verdad. Pero la verdad es una trampa en la enredada esquina casa confundida.
La música estaba demasiado alta. No podía dormir, pero no le dijo nada. Sólo esperó. Sólo dejó pasar. El tiempo, supongo.
La derrota había dejado una marca de tragedia en el baño, una gota roja en el lavabo. La puerta estaba abierta y podía verlo desde la cama, desde un nido trinchera de mantas.
Había una un muelle suelto y había un ejemplo de invierno.
En las noches celofán, dejaba que el disturbio envolviera la habitación, y simplemente se hundía hacia la profundidad abisal de su colchón, como un barco decorado con churretera de óxido, tragándose el océano por estribor.
Aunque no lo parezca ahora, se decía a sí misma, te prometo que siempre, siempre, vuelve a amanecer en este lugar.
Alguna vez, quiere recordar, hizo el amor en aquella habitación pequeña. Existió un tiempo en que la fuerza de gravedad trabajaba a favor de la treta y le pellejo. Sí.
Pero lo que nadie te advierte entonces, es que los pesos cuerpos también son extraños palangres rozados flotantes en deriva sentidos y
ante todo
demasiado
distintos. Ahora, intenta flotar. Piedras en los bolsillos.
Había una botella perdida. En una servilleta de bar, una dirección equivocada.
Había arrepentimiento y boca sellada.
Había necesidad y placebo conocido. Había una bombilla apagada.
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