El era un chico mayor, tentaba los 30, siendo más chico que mayor no entendía como se le había pasado el tiempo, algunos decían que había hecho un pacto con el diablo porque parecía un chiquillo de 20, aunque eso no era un gran halago. Hace poco había rentado un pequeño cuarto en las afueras de la ciudad porque eso de andar viviendo con los padres ya no se veía bien, se mantenía gracias a un trabajo de seguridad nocturna en una fábrica de tintas, ó administrador del turno de noche como prefería decir su anciana madre, aunque aun soñaba con poder ganarse la vida con aquello que amaba, tocar la guitarra. Siempre parecía estar alegre, eso decían sus amigos – Mira la vida que se manda de soltero y guapo, ya era hora que viva solo- había vivido, como se dice, una vida normal, aunque últimamente, en las tardes de soledad, solía deprimirse, pronto empezaba a rodar sobre su memoria esa tragicomedia que había sido su vida, y pensaba que sólo tenía unos años de más y uno kilos de menos.
Un día, luego de haber dormido toda la mañana, se le ocurrió salir a jironear por el nuevo centro comercial. Era un día soleado, caminaba suelto de huesos, como siempre. Se paró frente al vitral donde vio una muñeca, le pareció la más linda que había visto, entró a la tienda y preguntó por el precio, sin ninguna esperanza de comprarla debido a la austeridad casi permanente en la que vivía y los pocos centavos que tenía en los bolsillos, pero para su asombro el precio era muy módico, a lo sumo se quedaría sin los cigarros Camell de la semana, así que sin pensarlo comenzó a vaciar los bolsillos descargando todos los centavos en el mostrador, el vendedor de inmediato empaquetó la muñeca sacando una de la misma serie del almacén, pero el treintañero en un gesto berrinchudo insistió que le empaquetaran la que estaba en el vitral, el vendedor le dijo que esa muñeca no estaba a la venta ya que era una muñeca de muestra porque estaba rota.
A pesar de todas las advertencias, José se dirigió a casa con una sonrisa de oreja a oreja cargando su muñeca rota. Dentro de la intimidad de su cuarto, prendió todas las luces y comenzó a revisar la muñeca buscando la imperfección de la que hablaba el vendedor, pero no encontró nada, hasta descubrió una manija que al darle vuelta esta hablaba, fue así como él y su muñeca se hicieron muy cómplices, él llevaba a la muñeca a todos lados, especialmente al trabajo, aquella tediosa amanecida se había vuelto en un tránsito mágico cuando prendía un cigarro y charlaban toda la noche al compás de una buena canción, ó incluso con lo ruidos electrónicos de su guitarra, sentía que aunque no se ganará la vida con ello, era vida lo que tenía en ese momento junto a ella.
Cierto día, las obligaciones y los problemas de adulto lo distrajeron tanto que se olvidó la muñeca en el trabajo. Un amigo suyo se la llevó a su casa, él se enfureció y fue a pedírsela, prácticamente se la arranco de las manos mientras que el amigo intentaba explicarle que sólo trataba de cuidarla. Esa misma noche, al trasluz del alumbrado público, descubrió las imperfecciones, tenía una rajadura por el pecho y un hueco en la cara, se preguntó como no pudo haberse dado cuenta de eso cuando la compró, era horrible, había dejado de ser la muñeca más linda del mundo.
Al llegar a su cuarto, caminó sin prender las luces, chocándose con los muebles logró llegar hasta las repisas altas donde guardaba los pocos trastos que tenía del pasado, allí la dejó hasta que se mudo de casa, y aunque ella no volvió a hablar jamás… hubiera querido decir: perdón.
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