Llevaba un billete de la más baja denominación, viejo y ya húmedo entre sus pequeñas y gordas manecitas blancas. Eran blancas y regordetas, en sus articulaciones se hacían unos pequeños hoyuelos que con el paso del tiempo irían desapareciendo... sus uñas, un tanto sucias y descuidadas, se enterraban con fuerza en el otro extremo de su mano que empuñada, se movía con el vaivén de su cuerpo que iba contra el viento mientras corría.
Esa mañana decidió comprar flores, un solo paquete de flores sencillas, blancas, de esas que sólo cuestan lo que vale un solo billete de la más baja denominación. Y ella corría, y logró al fin llegar a la tienda y comprar sus flores. De regreso a casa, con paso menos rápido que el de la ida pero más desesperado, caminaba mirando aquel ramito que tanto deseo tenía de entregar, y de reojo miraba el camino. Por un momento, cerró sus ojos para contemplar el aroma de sus flores y de pronto, todo se tornó oscuro, sus sentidos dejaron de gritarle dónde estaba el mundo y, abrió los ojos una vez, y, los cerró de nuevo. Al despertar, las flores estaban ahogadas en un gran charco de lodo del cual ella hacía parte ahora, sus manitas eran ahora cafés y su vista está nublada por la sangre que corría desde arriba y se deslizaba entre los espirales desordenados de su cabello casi blanco. A pesar de que su vestido de maripositas amarillas estaba sucio y roto, se levantó, todo le dolía y, con pasos débiles pero firmes a la vez, continuó su camino pero, nunca entregó las flores.
Alicia tenía tan solo cinco años, era una sola con el viento, sus ojos eran como sólo los de ella podían ser, tenía en el gesto algo de su padre que aún muerto parecía vivir en ella, y el aroma de su cabello, casi blanco y espiralado, era una dulce mezcla entre manzanilla y el olor que expele el bosque en abril. Solía caminar y correr descalza porque decía que la tierra le hacía cosquillas y eso la hacía reír, cantaba mientras caminaba entre la arena para ir a su escuela que quedaba al final de la calle. Siempre vestía de blanco, una jardinera de lino con bordecito de encaje que daba la apariencia de alas mientras corría. Sí, parecía un ángel. Pero, un día, decidió comprar flores
|