Extraño el epicentro de tu carne como una madeja de ternura echada al tiempo de los sueños, la eternidad temblando en este encierro junto a tu voz agonizante con el deterioro de mi cuerpo. Bajo una soga de infinitas puntas te adentras en el rostro de mis pleuras para salir airoso, como una tormenta de gemidos en los confines de mis pechos. Te busco ante el hechizo de tu vientre que trepa el sabor de mis océanos, como una sonrisa descendiendo el bosquejo de mi sombra, atado y no a un lúgubre manojo de felicidad. Estoy en ti rozando el manantial de lo absoluto, apresada en tu regazo de hombre que me eleva a lo profuso, como una llama flameante de inmortalidad o crucificada dentro de las pieles. Hoy la noche danza su deseo con la espera, mientras tu rostro enmascara la saciedad de mis instintos en una encrucijada de palabras y de gestos.

Ana Cecilia.