Había empezado a clarear, el sol desperezado baño con sus primeros rayos aquel poblado derruido, filtrándose por los resquicios de cartón, por las perforaciones de las latas sarrosas que conformaban el techo, asomando atrevidamente su faz luminoso en las rendijas de la madera rendida por donde empezaba a escapar el olor de un café de segunda hervida y el eco de una oración infinita saltando las cuentas de un rosario interminable.
En el fogón la leña chisporroteaba, gestando una flama azul que al parir dejo flotar una llama lucida, desesperada, que inevitablemente choco con el fondo tiznado, suicidándose en el acto con el baño de café que arto de hervir a fuego lento salto por los linderos de la porra.
María Engracia reacciono apresurada, profiriendo una maldición que altero el ritmo pausado de la oración Jue Puta. Se tapo con la mano rápidamente la boca y vio alrededor asustada como si en las hendijas preñadas de luz se asomara indignado el señor que tanto veneraba, toco madera y en la confusión cogió el asa de la porra hirviendo con la mano pelada, dejando escapar un grito agudo lastimero y una segunda maldición pero mejor entonada.
Tres años hacia ya que Pedro Almendrares se había ido del poblado, cansado de incitar la tierra estéril, harto de partirse el lomo, de jalar solo para atrás, maldiciendo cotidianamente al primer malviviente que puso los pies en aquel llano y lo bautizo con la gracia de Buena Ventura, pobre desgraciado, debió tener la cabeza llena de mierda para no sentir atascados los caites al pisar una tierra sin vientre, parado en el culo del mundo viendo a los chigüines nutrirse con la tierra de las unas .
Tres años…
María Engracia los sentía como si hubiera sido ayer, como si la fiesta de la Santa Candelaria tan solo ayer se hubiera celebrado, con los festones de todos los colores, la banda musical del poblado vecino, la plaza limpiecita y los moños de jazmín enredados en las trenzas de las muchachas y señoras del pueblo que libraban sus olores al vaivén de del tambor y del sudor de la farra.
Fue la ultima vez que lo vio, lo atestigua Santa Candelaria posada en su gruta rodeada de rosas, jazmines, margaritas, gallitos morados y flores de malinche y azahar con mil velas prendidas meciendo afanosas sus llamas al viento.
Fue la ultima vez que lo vio, lo atestigua una que otra vieja, entonando alabanzas, golpeándose el pecho mascando oraciones, llorando en silencio, tal ves por amor.
Fue la ultima ves ¡Maldición! aturdidos todos los sentidos por la algarabía que armaba un grupo de borrachos abrazados que todos babeados lloraban o reían y se balanceaban como sacudidos por una tormenta.
Fue la última vez que lo vio.
Dios sabe que es cierto.
Luego vino la soledad, el dolor de saberse dejada. Se reprochaba mil veces que de haberle podido parir el chigüín que tanto le pedía, no se hubiera largado, el se hubiera quedado para querer al niño, para besar con ternura su carita de santo chiquito, para mecerlo en sus brazos de roble como a una plumita mientras le cantaba, duérmase mi niño culito de achiote, duérmase que viene aullando el coyote, duérmase mi niño ya menguo la luna y esta muy oscura y fría la noche, duérmase mi niño culito de achiote.
El se hubiera quedado.
Solo había que tener en la panza milagro para dar a fuerza de achaques el fruto deseado, solo había que reír al sentir un temblor o un terremoto en el vientre, solo había que tener paciencia y llegado el día en que rompiera fuente, nadando en sudores y sangre caliente, arroparlo en su pecho ferviente de amores y besarlo, besarlo, para luego acomodarlo en la teta y mirarlo, para sentirlo muy dentro del alma para mimarlo, para llorarlo.
De haberse podido…..
De haberse podido….
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