Desde hace más de 30 años que nos vemos. Primero distante, no era cosa de llegar a ponerse a caminar juntos: flaco, cintillo, bototos con una mariposa pintada en la punta, jeans pata de elefante y camisa amaranto. Ese eras.
Ahora, ya no estas flaco, tienes tu panza (mayor que la mía) el cintillo se vería ridículo con tus amplias entradas. Como hubieran dicho en el barrio, tienes más entradas que el Estadio Nacional. Los bototos son impresentables y la camisa amaranto se mantiene pegada a la piel.

Hemos caminado bastante, primero en los tiempos del hombre muralla, rebeldes con los dedos pegoteados de engrudo, el miedo y la sonrisa en la cara.

En ese tiempo hablábamos de política, de literatura, música y mujeres. Caminábamos kilómetros pateando hojas otoñales y escabullendo el toque de queda. Ha variado la política, son otros los libros, la música y por supuesto, otras las mujeres, pero hablamos de lo mismo. Y en el tema de mujeres, usted con sus 3 matrimonios y 3 hijas, me gana la partida. Por ahora, espero me perdone, los nietos no son mi tema. Esas son hojas otoñales que aún no pateo.

Incluso hemos revivido al hombre muralla, el mismo engrudo, los mismos dedos, pero es su rostro el impreso en los muros. Y usted sabe que contó con mi apoyo y mi voto. Y sabe que no lo castigaré por lo no hecho, lo no dicho o escrito. Tampoco soy culo pa’ bancarme una campaña propia.

En este camino, te invité a caminar conmigo junto a los de paso lento, y usted sabe que se quedó atrás, muy atrás. Te lo digo no como recriminación, sino para sacar aprendizajes, pues habrá otras invitaciones y ¡Por favor! No espero menos de usted.

Ambos hemos demostrado tolerancia. Quizás más tú que yo, pero ya sabes que a veces, raras veces, se me sale el peñi, me doy media vuelta y chao pescao. Y al otro día no pasa nada.
Y se agradece la tolerancia. Oc, oc. Okay okay. Son cosas que se agradecen.

Bueno compañero, recuerda la niña de la biblioteca, la flaca esa de Calypso. Me la encontré y está prácticamente tan hermosa como siempre. Como por instinto, pues la suerte debe venir en patota, le pregunté, -por si las moscas- por la niña del Cine Arte Toesca. ¿Se acuerda? ese que quedaba en calle Huérfanos y que ahora es un gimnasio. Me confidenció que estaba separada y, créame, gorda y fea. Ella cambió de tema y yo de sueños. La vi hace 33 años en la fila del cine y me dije que me gustaba, que era la elegida, que por ella una vida. No sabe compañero cuántas películas vi por estar respirando el mismo aire viciado que ella. Y ahora se esfumó esa imagen.

La niña de calipso -que a todo esto, se llama Ana Luisa- me preguntó por usted, claro que sin saber su nombre, sino que me hablo de la sonrisa suya, del pelo largo, del morral artesa, de libros que aún no leemos y que le gustaría verlo. Y le dije que de su sonrisa no quedaba nada después de la tortura, pero fui enfático en que usted no habló, que murió como mártir. Lloró, y yo con ella. La abracé como se abraza a una compañera que no se ha visto en años, la invité un café y luego a bailar. Vamos para el mes saliendo juntos y siento que la amo, a Ana Luisa, no a la niña de calipso. ¿Me entiende?

Ahora que tengo esa certeza puedo contarle a usted de este amor, ¿no sé cuándo tenga el valor de contarle a ella que usted sigue vivo?
Pero usted sabe compañero, cuando la vida pasa por delante, al menos hay que hacerle un guiño.