Las madres siempre se esmeran en hostigar a sus hijos con frases ilógicas y fantasiosas, y la mayor parte de los críos suelen creerse esas cosas. Por lo general son frases como: “comete la sopa o te regalo al lustrabotas”, “a los niños malcriados les aparece el cuco”, entre otras tantas. La verdad luego de escucharlas un par de veces ya no asustan. Sobre todo, si te portaste malcriado y el cuco sigue ausente, pues debe ser una total mentira.
Y así de simple debió ser para Sebastian aquella noche en que su madre le dijo otra de las comunes frases que suelen decir las madres.
Sebastian se encontraba jugando, sobre el césped del patio trasero de su casa, con un ejército de soldaditos azules. Había construido algunas trincheras en la tierra donde se establecían grupos de dos soldados como elemento sorpresa para la batalla. El ejército enemigo venia con una hilera de soldados y algunos rechonchos tanques de guerra por delante. Y la batalla se desenvolvía tan bien, hasta que la voz de mamá lo sacó de tan emocionante aventura, justo cuando el ejército enemigo estaba a punto de llegar a la emboscada.
- Sebastian, hora de ir a dormir, entra y lávate las manos.
- ¡Está bien mamá! – dijo Sebastian mientras recogía sus soldaditos y los insertaba con tierra, césped y pedacitos de paja en el bote de plástico.
Cuando se disponía a entrar por la puerta de la cocina, su mamá lo miró asustada como todas las madres preocupadas.
- ¡Mírate cómo estás por el amor de Dios! Ven acá inmediatamente
- Pero mamá…
- ¡Mira tus manos, tus codos, tu cabello! ¡Te me bañas en este momento!
- Pero mamá, no quiero…
- Pues lo vas a hacer. No vas a meterte a la cama así muchachito.
Haciendo berrinche subió hasta su habitación y entro a la bañera dejando la ropa arrinconada en el piso. En cinco minutos salió y encontró a su mamá arreglando su habitación y la ropa.
- ¡¿Tan pronto sales de la bañera?! Debes aún estar todo cochino con ¡dos minutos de baño!
- Pero mamá que si me he lavado bien…
- Ven acá
- Mamá…
- A ver, préstame tu brazo
Serafín se lo entregaba, haciendo puchero, mientras esta lo frotaba con ligereza sacándole la mugre.
- ¿Estás mirando? ¡Tienes lodo sobre la piel!
- Déjame ver tus oídos
- ¡Hay mamá pero que tanta lata!
- ¡No me contestes!, ven acá – Dijo la mamá de Sebastian mientras tomaba con las dos manos la cabeza del pequeñuelo y examinaba sus oídos.
- ¡¿Qué tenemos aquí?! ¡Sebastian, tienes tanta mugre en los oídos que te van a crecer patatas para cosechar! – Lo decía la señora mientras limpiaba con un palito de algodón los oídos de Sebastian hasta bien adentro.
Por alguna extraña razón las últimas palabras de su mamá se quedaron haciendo eco en la cabeza de Sebastian. De todas formas estaba cansado y mientras su madre le ponía el pijama se quedó dormido.
Luego todo blanco.
Se despertó y no supo cuanto había dormido, pero presentía que había sido mucho ya que el sol ya estaba en la ventana. Le picaban un poco los oídos pero no le dio importancia. Era sábado y los sábados son días felices, no hay escuela y aun queda otro día más de libertad. Se levantó y por alguna razón sentía un tanto pesada su cabeza.
- “Talvez me dormí mal” – pensó
Mientras caminaba hacia el cajón donde guardaba su Game Boy, sintió que algo había en sus oídos. Se los tocó y era como si unas pequeñas hilachas sobresalían de ellos. Extrañado entró a su baño y se miró asustado en el espejo. ¡Tenía raíces de alguna planta en los oídos!
Se miro una y otra vez. ¡De verdad eran unas pequeñas y verdes raíces vegetales! ¡¿Las palabras de mamá se hicieron realidad?!
Desesperado, intentó sacárselas lo más pronto que pudo. Tiro de las raíces pero no salían y el comezón en sus oídos era más insoportable. Gritó:
- ¡Mamá!, ¡mamá, ven ahora!
Pero mamá no respondía. Abrió la ventana de par en par, a ver si la encontraba en el patio. Pero cuando lo hizo sus ojos se deslumbraron al ver que nada era lo mismo fuera de su casa. Afuera crecía una enorme vegetación de patatas casi mutantes. Eran tan grandes que podrían haberse comparado con el automóvil de mamá. Asustado por lo que sus ojos miraban, recorrió sus pasos hacia atrás, hasta llegar a la puerta de su habitación. Casi sin mirar la cerradura, la trato de abrir de espaldas, aun mirando el paisaje fuera de su ventana, hasta que lo logró. Dijo de nuevo:
- Mamá…¡¿"mamá estás allí?! - Y volvió su mirada a la casa pero nadie respondía
Bajó las escaleras solitarias y silenciosas, escuchó el mismo sonido del escalón dañado mientras bajaba. Cuando llegó a la sala de estar, miró hacia la cocina donde su mamá pasaba las mañanas haciendo el desayuno, pero estaba vacía. Solo podía ver a través de la ventana las gigantes patatas creciendo por sobre la tierra con sus enormes raíces rodeando el vecindario. Llamó de nuevo pero esta vez a su papá:
- Papá… ¿estás allí? – Lo dijo casi como si estuviese rogando por algo
- Papá, mamá. ¡Por favor respondan!
Pero no hubo respuesta de nada ni de nadie. Y fue allí que un terrible zumbido lo volvió loco en su cabeza. Y se dio cuenta de que las raíces de sus oídos crecían cada vez más. Y que además ahora tenían mayor peso. Y corrió como un loco por la sala, intentando arrancarse las gordas raíces que sobresalían de sus oídos. Seguía gritando:
- ¡Mamá, papá, por favor ayúdenme!
El zumbido seguía en su cabeza cada vez con mayor fuerza. De verdad estaba volviendo loco a Sebastian. Intentó abrir la puerta que da la calle, pero la cerradura estaba demasiado dura de mover, intentó e intentó hasta que la cerradura se salió, pero la puerta quedó atorada. No podía creérselo, intentó abrir la puerta de la cocina con el mismo resultado. Corrió hacia una ventana y no se abría. Cansado y sin saber que más hacer para parar ese sonido y el peso de su cabeza, subió las escaleras agitado. Corrió hacia la ventana de su habitación y mirando hacia abajo, las raíces casi llegaban hacia él, pensó en saltar. Pero fue en ese instante en que de las raíces de sus oídos empezaron a crecer patatas de tamaño natural que fueron creciendo poco a poco y cada vez más. Lloró y dentro de sí mismo, reflexionó que habría sido mejor lavarse bien los oídos y todo esto no habría sucedido. Su cabeza pesaba más y más. Serafín gritaba una y otra vez mientras apretaba sus ojos:
- ¡No quiero tener patatas en los oídos!
- ¡No quiero tener patatas en los oídos!
- ¡No quiero tener patatas en los oídos!
Luego el zumbido paró y una mano cálida le tocó la frente. Abrió los ojos cuan pronto pudo y se dio cuenta de que había despertado junto a su madre quien con voz tranquila le dijo:
- Tranquilo Sebastian, todo fue un sueño. Lo que te dije, es solo una forma de decir las cosas.
Sebastian se tocó los oídos, ahora normales. Con lagrimas en los ojos y temblando de miedo, abrazó con firmeza a su mamá.
- Me lavaré bien de ahora en adelante mamá.
Y con voz serena y pausada le comentó a su hijo:
- Lo siento mi niño, es que a veces los cuentos, cuando los cuenta tu mamá, se vuelven realidad – dijo la mamá limpiando los residuos de tierra del oído de su hijo.
FIN
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