Antes que el campanario
avance su repique
ya sabréis que me ido.
Que ya se ha roto el dique
de mi hálito postrero.
os lo dirá cualquiera
de aquellos que saludan
sin conocer siquiera.
Todos los que preguntan
sólo por preguntar
de este pueblo pequeño
de escaso vecindario,
poniendo tanto empeño,
en conocer a diario
el final de algún sueño.
Sonarán dos campanas.
Una, como presente,
lo hará dentro del alma,
la otra, más ausente,
anunciando mí calma.
Ponedme pocas flores.
Rezadme, si queréis,
por poco tiempo.
No acabéis la paciencia
de los fieles del templo.
Cantad quedos los salmos
que no se expanda el tedio.
Los mayores sentados.
Y vosotros, en medio,
no os mostréis apenados.
Frente al cuarenta y dos,
dando cara a poniente,
podréis decirme adiós,
donde la sombra cae
del ciprés imponente.
Ahí se quedará
mi cuerpo de yacente
mientras voy a buscar
al Dios benevolente.
Felicidad rosada,
de cerezo.
Esperanza lograda,
de mi rezo.
No lloréis por mí.
os lo suplico,
que no merezco
entristecer así
la fe que yo predico.
Seguid vuestro camino,
sin pena ni tristeza,
recordando al amigo
y a la riqueza
de la amistad conmigo.
Y luego, los que fuman,
bajando del Paseo San Isidro,
al final de la cuesta,
que enciendan el cigarro
Igual que hacen las fiestas.
Cuando están reunidos.
Robert Bores Luis
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