La mira caminar en frente, distraída, dispersa, ajena a todas la miradas que se lleva a su paso. Indiferente y hermosa, arranca pares de inescrupulosos ojos que siguen el movimiento de sus piernas, el vaivén de sus caderas, su pelo ondeándose al viento, su perfume llenando hasta lo más profundo de los pulmones de los que pasan a su lado, la mira.
Cada mañana cuando se cruzan en la parada del autobús, sin que ella lo note la respira, la huele, la mira, camina a su lado y la acompaña hasta que toma el autobús. Sin percatarse cada mañana se enamora un poco más de ella. Se ve así mismo hablándole, charlando mientras toman un café. No pasa de imaginarlo, pues su cobarde lengua se le atraganta en un nudo, sus manos tiemblan y se empapan de sudor, la cara le pesa tanto que sólo puede mirar al suelo y lamentarse, de sólo pensar en hablarle.
La ve salir cada día de lunes a viernes, siempre muy puntual a las ocho, va con el termo de café y de carrera, siempre con prisa, no mira a nadie, pero su mirada brilla, irradia una energía superior, como una estrella iluminando el cielo obscuro en medio del bosque. La ve cada mañana y la acompaña sin que lo note, como una sombra, un fantasma que la ama desde el otro mundo.
En las noches casi nunca la ve, quizás prefiere no saber si llegará sola o acompañada. En las noches se encierra en su departamento, a pensar como sería todo si en algún momento pudiera destrabar su maldita lengua, levantar la cabeza e invitarla a tomar algo. Sueña hablando de cualquier cosa ella, quizás de un libro o una película que vieron en el cine, el diario o quién sabe cuantas cosas más, imagina su boca gruesa y roja llevándose el cigarro a la boca y luego soltando una bocanada larga y constante de humo gris, que se esparce de apoco en el ambiente, llenado el lugar de su aliento, la ve beber de la taza, lo saborea, vive y disfruta lentamente la combinación de la amarga bebida con el dulce y aromático sabor del licor almendrado que le puso a su taza. La sueña cada noche, la ama cada amanecer.
Esa mañana se levantó con todas sus energías centradas en hablarle, en invitarla a tomar un café, ensayó frente al espejo una y otra vez las palabras que le diría, hizo mil caras y probó el tono de su voz para decidir como debería hablarle. Se arregló como cada mañana y como de costumbre se fumó un cigarro en la ventana esperando a verla salir de su edificio.
Cerró la puerta tras de si y aceleró el paso, como cada mañana de lunes a viernes salió a la calle justo cuando ella la atravesaba, la miró caminar con sus pasos ligeros, como entre nubes, sintió el aroma cálido de su bebida caliente, cerró los ojos y lo aspiró profundo mientras se aventaba a cruzar la calle para alcanzarla.
Ella se volteó al escuchar el rechinar de las llantas de un coche sumado al de un fuerte golpe y los gritos de la gente, lo vio tirado en el suelo con los ojos cerrados y su humanidad descompuesta por el golpe, sus labios temblaron frágilmente y se cerraron para llevarse las palabras ensayadas al mundo silencioso de los muertos. |