Se decía que los griegos ya sabían de las proezas de Contias; según ellos –y así era–, él representaba un importante estimulo para los demás guerreros, por lo que se habían ideado un plan para darle muerte de una manera atroz y cobarde: un grupo de griegos lo tomaría por sorpresa y lo empalaría en un mástil alto, con una base móvil, esto con el afán de desalentar a los romanos para buscar la victoria.
Pero Contias –continua la leyenda–, el más temerario de los soldados romanos, nunca estuvo sólo, los dioses lo vigilaban paso a paso en cada guerra. Cuando el enemigo estuvo a punto de llevar a cabo su plan, los dioses convirtieron a Contias en una estatua de hielo, solamente por el tiempo necesario para que los griegos desistieran de su propósito.
Poco antes de terminar la batalla, el hielo se derritió y Contias cayó al suelo, evitándose así, perturbar la furia y entereza de sus compañeros de Legión, empero, el frío terminó matándolo.
De la misma forma se contaba otra historia más fantasiosa: que Contias, por su virtuosa manera de pelear en favor del bienestar de nuestras ciudades, había atraído poco a poco la atención de los dioses y que llegó un momento en el que decidieron llamarlo para que estuviera con ellos y protegiera mejor desde lo alto, donde es posible cuidar a todos y cada uno de los conciudadanos del estado.
La leyenda terminaba con una moraleja para los niños: decía que si procurabas sin ningún temor el bien hacia los ciudadanos, serías algún día llamado para estar al lado de los dioses, y que serías honrado en tu tierra como un mismo dios.
También yo tuve que conformarme tan sólo con conjeturar sobre los motivos de su muerte, pero a lo único que he llegado es a creer que murió de miedo; la verdad es que no encuentro una explicación razonable. A pesar de todo, mi admiración por Contias es verdadera, porque, a pesar del miedo que sentía para pelear, siguió adelante como debe ser, como un verdadero héroe.
Fin
|