Dicen que en las afueras de la ciudad, en Talagante para ser más exactos, vivía don Juvenal. A él le gustaba mucho criar animales y disfrutaba de la vida de campo. En su parcela tenía caballos, vacas lecheras, gansos, cerdos y un gallinero con treinta gallinas y un gallo. Éste se paseaba orgulloso de un lado para otro, vigilando su territorio, no permitiendo que algún competidor merodeara sus pollitas. Las protegía celosamente y no permitía que entre ellas hubiera discusiones y riñas.
Les he dicho muchas veces que no tienen porqué estar peleando -dijo el gallo-. Aquí, quien manda soy yo.
Pero querido -reclamó una de ellas-, estas gallinas me tienen envidia porque soy la más hermosa de aquí.
Ciertamente era la más bella, pues era más alta y robusta que el resto. Sus plumas eran finas y relucientes y ponía huevos enormes y muchas veces, hasta con dos yemas.
No es cierto que le tengamos envidia -se defendió un a de ellas-. Es que esta gallina nos aburre porque todo el día habla de su belleza.....
Filomena se llamaba esta gallina tan vanidosa. Sólo le gustaba hablar de sí misma y escuchar alabanzas con respecto de su figura.
Eso si, se sentía sola, ya nadie le quería conversar.
De puro ociosa, se puso a escarbar y picotear la tierra por si encontraba algún gusano gordito y sabroso. De pronto advirtió que la puerta del gallinero estaba entreabierta. ¡Qué estupendo!-se dijo-, al otro lado deben haber muchísimos gusanos.
Avanzó picoteando y escarbando lentamente para que nadie notara su descubrimiento.
Debajo de este sauce deben haber muchos gusanitos -cacareó para sí-.
Siguió avanzando confiadamente, ignorando que entre los matorrales, muy cerca del arroyo, tenía su madriguera una astuta rata, que desde hace mucho tiempo no cazaba nada realmente grande y apetitoso.
¿Qué haces aquí, gallina hermosa?-le dijo-.
¿Qué me has dicho? preguntó Filomena. Mintió porque estaba encantada del halago y quería volver a escucharlo.
Gallina hermosa -repitió la rata- pero tan despacito, que la pobre no consiguió oir.
Es que no te oí - dijo-, pero esta vez sí era sincera.
Para no volver a perderse las palabras, ella estiró su cogote lo más que pudo, casi sentía la respiración del roedor, esta vez no podía perder tamaño halago.
¡Dije que eres una gallina muy sabrosa! gritó la rata a la vez que saltaba sobre ella; así que de la pobre Filomena y de su belleza, sólo quedaron plumas esparcidas.