Intento escribir, y las desparramadas letras me adormecen,
y las manos se me entumen en el frio lluvioso y marino
que se siente aquí, a la orilla de la vida.
Intento leer, y las líneas borrosas me embriagan,
y las manos se me hinchan con los azules golpes
que se sienten aquí, a la orilla de la muerte.
Ahora,
para rehacer el corazón,
mándenme tejas,
hechas de las más hermosas orejas
y de la sangre más piadosa,
ojala roja,
como la luz,
luz libidinosa,
como el vino.
Para rehacerlo,
mándenme madera,
hecha de los dedos de los hijos,
del aliento de un perfume,
de la embriaguez de una botella,
de explosión sanguínea de una palabra,
como la tuya. |