Me gustó siempre mi nombre. Sencillo, común, sin
pretenciones: Pedro .
Hoy la gente está tan insatisfecha, que se cambia hasta el nombre.
Ese negro que cantaba meneando toda la osamenta, cambió su color de piel y después, poco a poco fue cambiando todo lo demás.
Al final de tanto retoque parecía una cuarentona pintarrajeada.
¡Quien sabe que no haya cambiado también el sexo!
Yo me pregunto, si con todas esas modificaciones que la gente impone a sus cuerpos, cambia también lo que tiene dentro. No creo, pienso como el gaucho Martín Fierro que “al que nace
barrigón es al ñudo que lo fajen”.
Ese que cantaba con aire de señora blanca desnutrida, murió joven. La Naturaleza castiga los abusos.
Los cambios de adentro, esos que hacen crecer a las personas se desarrollan en nuevos crecimientos y le hacen adquirir a la persona más luz de comprensión.
Me dicen que no entiendo el progreso, que lo que valía ayer, no vale hoy. A ellos con sus ideas. Yo seguiré siendo Pedro, con mi nombre simple y fierazo por fuera, pero siempre dedicado a trabajar las mutaciones de mi interior, tal como hago con la tierra, que la remuevo, la riego y abono, para que se conserve vigorosa y de cada vez mejores
frutos.
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