Ventisca fría
que me apuñala el rostro,
tu cercanía
me sobresalta el pecho,
en el andén
de mi estación de pueblo
oigo a tu paso
vibrar la madrugada.
No te detengas,
mi entrega no es motivo,
soy un paraje
sin sol en tu camino,
pero tu tren,
destello deslumbrante
que va hacia la ciudad,
se lleva mi alma.
Me estremezco
atraído por los rieles
que conjugan
mi esperar con tu llegada,
es mi inconciencia
curiosa del absurdo
la que me impulsa
a enloquecer mi calma
con esta sed
profana y enfermiza
que se nutre
oprimiendo mi albedrío.
Se infecta mi hosquedad
en tu ternura
cuando tu tren
atraviesa mi comarca,
incestuoso
es este amor de las palabras
que sin piel
y asfixiado me empalaga.
Soy como soy,
tu paso me lastima,
hoy rozaste mis labios
y te robe el aliento,
con cada fluir de tu ser
abres mi herida,
pero el desgarro
de tu ausencia me aniquila.
Bien sé que este sendero
caprichoso del tiempo
me conduce a un abismo
fatal y sin remedio,
¿acaso es culpa mía?,
dime como podría
mi voluntad negarte,
yo soy la madrugada
de los ojos vendados
que solo anhela el beso
de tu fugaz mirada
rondando los suburbios
de tu ciudad sagrada.
Me aferraré al silencio,
jamás pediré nada,
alumbrando penumbras
con mi candil de esperas
moriré en los ocasos
borrascosos del cuerpo
y beberé tu olvido
con la boca cerrada
en mi estación de pueblo,
al fin de la jornada.
|