Caminó por las calles de la ciudad, con la vista perdida y las piernas en un hilo como pisando cascaras de huevo, detenida en el tiempo y el cielo, alucinando con la idea concebida y el plan ya suscrito. Alcanzó el edificio céntrico, 6° piso, timbre y una joven le dio la bienvenida. En los minutos siguientes apareció el recibidor. Sala fría, sucia y triste, con una ventana cubierta de persianas tratando de capear el ruido intenso del tráfico de las 19:00 horas.
Ángel negro al instante, una cotona blanca amarillenta, manos curtidas y asesinas, vendidas por unos cuantos pesos sucios, la broma fácil para romper el hielo y entregarse a la silla metálica roída por el uso, testigo de posaderas fecundas y matriz fértil destinada al pujo enérgico, sin anestesia pagando por el pecado, crimen cometido con una mueca de frente a la pared grisácea e inmunda.
La paga primero, llano y solícito por sus servicios, sin criterio ni Dios.
Sin anestesia, de cuajo infinito, absorbido, succionado por el plástico hueco. Como un sorbete eco asesino. (Diez minutos me cuesta esto y pensar que el novio se demora meses para ver el clítoris y yo se lo veo a una mujer en cosa de minutos).
Un, dos, tres, mira el dedo, no gires la cabeza, pulso en la muñeca, pulso en el cuello…¡¡¡de pie mujer!!!!
Camina sin rumbo con retorcijones en el vientre, temblor en las manos, nauseas palpitantes… con su hijo en la cartera, pegada a su pecho en una bolsa plástica ruidosa, pero sin llanto… la orden era clara: a dos cuadras arrojarlo a un basurero.
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