Zozobra en el alma
y las sombras…
más inquietan.
Pánico de tiempo largo,
que labra en la mente,
apatía y ansiedad.

Exánimes rosas frías
sin pasión ni fragancias
aún perfuman la
ausencia.
Convocan
fraguas de amor
que hasta ayer,
¡ay¡… bramaban fuego.

Bajo el limo de
lo incierto,
otros días,
otras horas,
otros placeres,
torturan sin tregua
mis sienes.
Falacias de colegial,
laberintos
de consuelo.
Movimientos en un
tablero sin
cuadrícula ni alfil.

Oro blanco las auroras.
Espesura selvática
mi miedo;
sí… mi miedo de
tu no vuelta.

Fanfarrias de desconsuelo.
Corazón que gime
y odia.
Que no late ni propone
siquiera
estrofas de estupor
o anhelo.

Profundo corte
abismal,
Hórrida pasividad
de ciervo
que huele el acecho
del tigre.
Pardo el horizonte gris…
Hielos eternos...

Pulcra de olores
abyectos
y pujas abominables,
la noche llueve
manías.
Cenizas de nardos
secos.
Desierto en que no sopla
el viento,
y de estrellas que se
apagan,
dando lugar al
estrépito.

Derrotero triste
el mío,
el tuyo, de lunas nuevas
lo quiero.
Brumas salinas,
luces distantes.
Remordimiento
Eso para ti no,
no lo quiero.

Mis penas y mi
verdugo, compañeros
de la espera,
susurran al genio
más bueno:
“Apiádate de sus
ensueños”

Los ojos duermen
abiertos.
Olvido de letargo
lerdo.
Un sueño
ni triste ni cruel,
tan solo y nada más
que por un sueño
ruego.

Angustia de
sabor agrio,
negro plumaje
el del cuervo.
Las ilusiones lloraron
Las fantasías
cansadas,
huyeron.
Barquichuelos
de papel…
se hundieron.
¿Qué más falta?
Digo, y con mi
alma contesto:
Aún pensar en ti.
Sólo eso.