OPINION SOBRE LAS AUSENCIAS
Hay quienes van por la vida jactándose del silencio. Hay quienes, en cambio, carecen de memoria y encuentran día a día una oportunidad para demostrarlo. Basta echar un vistazo a la actualidad que alimenta a los telediarios, para reconocerlos. Bienaventurados del cinismo, oí una vez por ahí.
Me despierto entre almohadones despojados de su sitio y esparcidos en el parquet de mi habitación. La herrumbre del tedio intenta asomar sus narices pero mi buena predisposición para la asignación de tareas y roles cotidianos le cierra las ventanas, incluso en estos días sabáticos de los que disfruto temporalmente cada verano. Entre mate y mate me pongo a leer los portales de los matutinos en la Red, mientras escucho la irónica percepción de Fernando Peña a cerca de los devaneos de la Bolsa, en la Metro, nunca está demás saberse un poquito actualizado de lo que en el mundo acontece. Algo llama mi atención poderosamente al ahondar mis pesquisas en un Blog Ibérico en el que había surgido una encuesta muy amena. Proponían las opiniones de los cibernautas a cerca de qué era más doloroso, si el abandono de un ser querido por decisiones propias o la muerte del mismo. Sentí un poco de gracia al principio, pero luego comencé a leer el increíble acumulo de opiniones que llegaban desde todas partes del mundo inclusive desde lugares en que los mensajes aterrizaban en otros idiomas.
Uno a uno los mensajes y las opiniones comenzaron a calar, profundos, en mi asombro. Suscitándome a la reflexión. A la memoria. Había un tipo de Venezuela que aseguraba y recontra juraba que es peor el abandono de un ser querido, el abandono de sus sentimientos hacia ti, repetía una y otra vez aquella misiva. Ya que, según él, y en esto no difiere mi opinión demasiado de la suya. La muerte es algo que la mayoría de las personas no eligen, llega, por lo general, sin previo aviso, salvo en excepciones claras vinculadas a las enfermedades terminales, a las condenas a la pena capital e, inclusive, a la inquina de aquellos que por propia decisión adhieren al apagón de la existencia; los llamados suicidas. Y que se le antojaba más doloroso el abandono de esos sentimientos hacia ti ya que había pasado por una situación inconcebible, según él, y a día de hoy le costaba horrores superarla, como era la separación con su esposa. Pensé entones que este tipo jamás había padecido la muerte de un ser querido, y por tanto, cercano. Una mujer de 50 años de Valencia, aseguraba que ambas pérdidas equiparaban los platos de la balanza. Que afortunadamente no había experimentado en carne propia ningún tipo de pérdidas pero que ambas le sugerían el mismo grado de dolor y de ausencia. Volví a sonreír pero con un toque de ironía. Me pregunté cómo alguien puede aseverar no haber perdido jamás a un ser querido, en cualquiera de las dos circunstancias. Sentí mucha pena por esta mujer al conjeturar la magnitud de su soledad o de su falta de experiencias de vida al punto tal de haberse convertido en incapaz de percibir o diferenciar dichos sentimientos. Y me provocó un pudor irremediable matizado de un dejo de bronca al ver que, encima de todo, se tomaba los atributos necesarios para expresar su punto de vista. Pero vamos. Entiendo que vivimos en un mundo medianamente libre y que todas las opiniones deben ser tomadas como valederas. El hecho es que jamás voy a entender el Modus Operandi de este tipo de mujeres que se encierran en sí mismas y hasta a veces son capaces de estarse encerradas cien días en su casa o en el baño de un bar.
Una a una las historias de estos cientos de cibernautas memoriosos me doparon la conciencia. No todos pecan de olvidadizos. Ahora entendía o, recordaba que la falta de memoria es y siempre ha sido propia de los que rigen nuestras naciones. Del Ejecutivo de turno, en cualquier rincón del globo. La amnesia, por lo general, es un virus concerniente a quienes se apropian del esfuerzo ciudadano en pos del beneficio propio. Por lo general nos dicen que olvidemos todos aquellos que no salen a la calle por temor a que la lluvia les empape la conciencia. Los dictadores, los verdugos, los dueños del poder y del embuste. Pero existen otros seres humanos, al igual que nosotros, dispuestos a recordar, a maldecir a los bienaventurados del cinismo, como decía Oscar Wilde.
Antes de abandonar el ordenador mi opinión en el Blog reza lo siguiente:
“ Hace apenas unos años, la que consideraba yo como la persona más maravillosa del mundo, la mujer donde se encarnaban todos mis deseos, mis pinceladas de sueños y mis noches de amor sin fronteras, me cerró las puertas de su vida. La tarde que me asesinó el corazón por la espalda, recuerdo. Y lloré como jamás antes había llorado. Mientras ella pronunciaba excusas y argumentos me sentía caer al vacío, con el alma hecha jirones y el presente amenazando con volverse eterno. Y ella se mostraba fría, ausente, su rostro parecía maquillado con el albor centígrado de los glaciares. Sólo supo repetir mil veces lo que sentía, que lamentaba haber llegado a esa decisión. Y yo nunca estuve seguro de que fuera cierto, ni siquiera me quedó el consuelo de saber que alguna vez me echaría de menos. Ya lo ven, mientras yo maldecía esos momentos ella se liberaba de mi peso y planeaba un futuro en el que yo no estaba incluido. Con los años las heridas menguaron y su ausencia pasó a formar parte del cofre de mi memoria. Aprendí de ella que el dolor pasa y que no hay mal que cien años dure. Lo superé.
La tarde en que murió mi abuelo, hace ya 20 años, yo fui la última persona que lo vio con vida. Entré en la habitación del hospital, con apenas 8 años, y lo ví allí, tendido sobre su cama sin fuerzas casi para seguir respirando, pobrecito. Me acerqué despacio y lo besé en la mejilla. El se dio cuenta, y giró lentamente su carita de santo. Nos miramos durante unos segundos. Nos recordamos felices en otra circunstancia. Yo lo recordé en mis cumpleaños llenándome de abrazos y regalándome juguetitos. Y pude ver en sus ojos cómo se despedía de mí. Pude compartir con él ese adiós. Sabiendo que los dos sentíamos el mismo dolor, la misma pena por tener que separarnos para siempre. Pude leer en su mirada que me quería, que siempre lo haría… Como dije antes, 20 años pasaron desde entonces. Aún existen noches en que lloro por él”.
Diego Córdoba.
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