El amor había empezado el mismo día en que una noticia macabra rondaba por los rincones del pueblo y más…

Ya viuda y con el corazón pútrido, había aceptado –una vez más- al “chifladísimo” mundo de la gran farsa: Eso de entregarse al amor y demás “ñañacas”.

Tenía su lado bueno –Solía decir

Con grandes muestras de amor, que para ella eran algunos moretones en el torso… Para algunos curiosos no era más que la normalidad en estos tiempos de mierda.
¡Infelices todos! –Decía, para no dejar salir así su ira.

Sus noches eran tan espantosas como sus mañanas…
Sus lágrimas tan purulentas… Habiendo llegado al colmo de decir: ¡Al carajo mis hijos! ¡Yo quiero ser feliz! y la felicidad le era tan desconocida que quizá lo que vivía no cualquiera lo vivía y hasta quizá era un lujo y por eso complacida sonreía…

No todos soportan lo que ella –Decían los curiosos.
-¿Y a quién importa? Y así sin tardar más, cerraban sus puertas y continuaban atentos...

Quizá encontró la ocasión o simplemente lo hizo, que más da… El amor entonces era otra cosa y pronto su sangre comprendería lo que es amar y ser amada…
Mientras en su almohada -al fin- yacían ambas cabezas en un profundo beso… Sus vecinos y el pueblo entero, miraba con repugnancia otro cuadro en la tele…
Ella lo tenía en su cama y enloquecida disfrutaba del amor verdadero y más feliz aún, al saber que todos podían oler aquel inigualable placer… Ya nunca más sería juzgada.

Asentía sin poder, aquel hombre que le había cortado de mil maneras, aquel hombre que con tanta mierda hacía de sus días un cielo azul... Y ahora más azul: Sin esos brazos, sin esas piernas… Sin ése corazón…

Y la curiosidad murió. Y la consternada población encontraba restos de una supuesta víctima de Satanás.

Sigan el hedor…

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