Yo siempre fui un hombre araña del copón, un hombre araña que lo mismo te escalaba una fachada como se recorría toda la castellana en un pispas columpiándose con su tela como un chimpancé con el turbo puesto.
Cuando sonaba el timbre del instituto salía cagando hostias por la puerta, me encaramaba a la azotea y ya, de ahí, no esperaba ni un semáforo; agarraba el hilo de araña que no se rompe ni a mordiscos y estaba en mi casa en un santiamén. El jefe de estudios me miraba siempre con mala cara porque no estaba permitido escalar por la fachada y decía que se la dejaba toda perdida con las botas, y no paraba de ponerme amonestaciones. Pero a mi me daba igual el jefe de estudios.
Lo mejor que tenía ser un hombre araña era lo que ligabas. Por ejemplo rescatabas a una niña que iba a atropellarla un camión y luego su hermana además de darte las gracias te daba su teléfono o quedaba contigo para ir al cine. Los fines de semana salía por Huertas con los colegas de la pandilla y con el traje puesto; me apoyaba en la barra de un garito y las tías más buenas venían a hablar conmigo, y que si como me llamaba, que si cuantos años tenía. Yo me echaba algunos más porque a las pibas no les gustan los de diecisiete. Me lo pasaba que te cagas, y no había fin de semana que no me comiera algo, mientras que los amiguetes se iban a casa con un pedal de aquí te espero y encima sin haber pillado nada, y los que ligaban no podían comparar; menudos monumentos que me ligaba yo. Yo me consideraba un hombre araña con suerte, un hombre araña feliz, hasta que un día empecé a pensar que aquella vida no era vida, que no era lo que yo quería realmente.
Llega un momento que te planteas si las pibas están contigo por ti mismo o porque eres el hombre araña. No sabes si te quieren a ti, o lo único que quieren es contarle a todas sus amigas que ese fin de semana se han ligado a un superhéroe. En aquel entonces yo estaba acabando el bachillerato y preparándome para la facultad; así que con el cambio de vida y con eso que dejas de ver a los amigos decidí, también, cambiar de imagen. Decidí que no le iba a contar a nadie de la facu que yo era el hombre araña.
Volví a salir por Huertas, pero esta vez con camiseta y pantalón vaquero. Iba a los mismos lugares, pero de paisano. Fue así como descubrí lo duro que es ligar cuando eres uno más, uno del montón. Me apoyaba en la barra del pub y ninguna tía buena se acercaba, de hecho no se acercaba nadie, ni las tías buenas, ni las feas ni nada, y cuando me acercaba yo no me hacían ningún caso. Se me pasaban los fines de semana y no me comía un rosco. Los vecinos de Huertas me tenían miedo porque salía de allí siempre con muy mal genio y dando patadas y saltos en plancha. Rara era la noche que no destrozaba el capó de un coche o una cornisa. La policía estaba sobre aviso con un montón de denuncias, pero no llegaron a trincarme porque buscaban a un tipo con un traje de hombre araña, y yo iba de vaquero y camiseta.
Llegue a la conclusión de que la vida era una mierda, que las mujeres no te querían por ti mismo y que si no tenías superpoderes te trataban como un zapato viejo. Nadie iba a quererme nunca; por eso decidí suicidarme, y bien que lo intenté. Una vez me tiré de un séptimo piso, pero no me pasó nada y además destrocé el arriate de una vecina que le tenía mucho cariño; otra vez me puse en medio de la M-30, pero no me pasó nada, me atropelló un SEAT ibiza, un Passat, y una furgoneta de reparto, pero no me hicieron ni un rasguño.
Volví a llamar a los amiguetes del instituto, y volví a salir por Huertas. Pero esta vez me puse a beber como ellos. Me agarraba unas toñas de aquí te espero, unas merluzas tan tremendas que tenían que llevarme a mi casa entre dos, de lo ciego que iba. Los vecinos de Huertas todavía me temen, hay veces que me la pego con una farola, o destrozo un escaparate, y sé que es una faena que tengan que arreglarlo, pero ya se van acostumbrado, y además que lo paga el seguro ¿no? Pues eso. |