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Andó por las rocas durante el mediodía, cuando sus pies se pegaban a la caliente roca. Era la oscura piedra que le hablaba a lametones de calor.

Reposando de pie mientras fijaba la mirada en una quieta ardilla. Curioso estaba el animal; su mirada fija en los músculos del chico; observando.

La mútua comprensión se habría podido palpar si el ambiente nos hubiera permitido encontrar a los dos seres y su instante. Hubiese sido difícil, aún que no imposible, encontrarse con ellos.

Pero no es invención este relato. Es un breve instante sin moraleja, un recuerdo que quedó grabado en lo más hondo de las piedras. En su magma fundido se fundió la imagen del humano, con su huella el cuerpo, con el cuerpo el rostro, con el rostro la mirada y con esa mirada todo.

Simplemente un acto irreflexivo era. No tenía ningún motivo a que deberse el hecho de andar lentamente entre rocas y rocas redondeadas a base de tiempo y vueltas estelares. Era una forma muy adecuada de decirle a todo que existía y que se sentía a gusto formando parte de ése todo.

Sus pies andaban mullidos y seguros, reforzados por una piel curtida crecida durante soles y lunas, paseo a paseo, que le enseñaron a confiar en sus pasos sin dudar de sí.

De vez en cuando se llevaba algo a la boca. No mentirá el magma fundido diciendo que la ardilla de aquel otro momento y la persona eran amigas. No lo eran. Pero el individuo sin nombre a que os cito era observador. El recordar era cosa buena que le hacía saber dónde guardaba la ardilla bellotas enterradas. Ésos y otros frutos que le saciaban el hambre cuando llevaba más de un sol entero sin comer apenas nada.

A momentos no se le ocurría más que reposar en el arroyo. Sentado, con las piernas cruzadas, dejaba que el agua fluyera por entre sus piernas y le mojase el miembro. Después tal vez meaba y se relajaba, con la idea que algo de sí llegaría muy lejos.

Trepaba a árboles lentos y miraba abajo, o lejos, sin tener en qué fijarse y en todo a la vez. Las hormigas de las ramas viejas recorrian sus brazos y llegaban a sus axilas. Se perdian entre su pelo, el de las axilas y el de sus huevos, pero tomaba en cuenta el peligro a que le entrasen por la cabeza, por sus orejas, su boca o su nariz, y las apartaba con respeto y sin malicia. Si tenía hambre y nada que llevarse a la boca, tomaba algunas sin pena alguna y notaba su textura y gusto picante. Si era el tiempo en que las familias de seres voladores se preparaban y se daban respeto, para después tener crias, descendencia, el individuo acariciaba su pelo con los dedos de las manos y dejaba los que se escapaban de su cabellera en ramilletes, en las axilas de las ramas, como ofrenda a aquellos que una vez cresen cobijo, le ofrecerían sin entusiasmo algo de huevos para comer en sus paseos arbóreos.


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Texto agregado el 07-06-2004, y leído por 158 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
08-06-2004 Soy decente. Mis votos (extraño texto, rico en lenguaje, me gustó más hacia el final, las hormigas subiendo, me sentí protagonista). Sin depender de los comentarios es mejor (aunque reconozco también mi gusto por leerlos). Besitos para tí, mi bello amigo! carolala
 
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