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Inicio / Cuenteros Locales / superyayayin / \"De mi niñez y los miedos\"

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En mis vacaciones era feliz porque iba a casa mi abuelo a la sierra de Coro, un oasis mágico que se revelaba tras 8 horas de interminables de curvas, huecos, precipicios, deslizamientos, burros atravesados, todo en una carretera doble canal que perennemente estaba desierta y mejor de esa forma porque los visitantes eran grandes gandolas cargadas de mercancía, gasolina, pasto, cochinos, tractores…¡toda una pista de obstáculos!.
Mi compañía de viaje era una bolsita de papel, rellena con papel higiénico, era inseparable, en cada oportunidad me recordaban su importancia y procedimiento.

- Tu solo respiras lento dentro de ella, poquito a poquito, te calmas, trata de resistir lo mas que puedas, si ves que es inevitable apuntas dentro y vomitas- me decía mi papá.

Yo tratando de seguir con las instrucciones, tarareaba una melodía en mi cabeza, pero al poco tiempo me aburría, veía por la pequeña ventana de la van concentrándome en los árboles, en las montañas, en las casitas de bahareque, en las vacas, en las cercas, en los árboles, en la carretera que dejábamos atrás, en los pajaritos, en las formas de las nubes, otra vez en las montañas, en los árboles, en la carretera que se alejaba con estrellitas, con puntos y rayitos, se volvían de colores, me daban vuelta la cabeza, hacia que girara todo a 360 grados; ya no podía moverme para cambiar la vista, me chillaban los oídos, sentía correr el sudor por la frente, por mi cuello, las manos me quedaban frías temblorosas, pero debía seguir el protocolo respirar lentamente en la bolsa e intentar olvidar lo bajito del techo, lo lleno que estaba la camioneta, la ausencia de corriente de aire, dejar de lado ese chirrido del radio mal sintonizado con raspa canillas, mantenerme en mi ultimo asiento y seguir respirando… no tenia gran resistencia, al poco tiempo dejaba todo mi desayuno, irtopan, jugos en mi acompañanta de travesía; menos al esto me pasaba solo 2 o 3 veces por hora de viaje, porque sino nos bajaran en medio de la revoltosa carretera como el año anterior.

Llegaba a la casa cual papa, besando el piso, y corriendo para la mata de mango, la de naranja, la de mamón, para hurtar el sabor de tantos manjares y así recuperar la energía perdida la jornada; el día transcurría normal, andaba con mis primos jugando, conversando, quitándole el monte al café, escalando por las peñas, soltando las gallinas del corral, encaramándonos en los árboles, corría y me escondía para no bañarme, huyéndole al peine saca piojos; pero todos se iban a dormir temprano, así que quedaba vagando por los pasillos de la casa, mordiendo las orejas del gato, haciendo sonar los calderos con los cucharones de la cocina, toda una sinfonía desafinada y yo como la gran artista.

Con tanto alboroto mi abuelo se despertó para rescatarme del regaño que pronto me daría mi papá, y fuimos a dar un recorrido nocturno al gallinero y al jardín de la entrada, como soy un poquito despistada, me fui caminando detrás del gato, al poco tiempo estaba en un sitio totalmente desconocido, lleno de barro, estaba sola lejos y perdida apenas se veía el destello de un bombillo de la casa, cada ves que intentaba caminar a esa dirección me resbalaba, así fue como escuche lo mas extraño…un sonido grave como de un cantante de opera, me estremecí por completo, ahora notaba el frió de la neblina, la brisa que venia del bosques cercano, y las pequeñas gotas que empezaban a caer… y otra vez ese sonido mortifico, vire buscando la fuente del mal, mire lentamente entre las piedras, las matas de cayenas, las hojas caídas, pero nada, así que di un paso enfrente para salir de allí cuanto antes, pero había una traba que me impedía continuar,
no quitaba sus ojos amarillos saltones de encima, con su piel babosa, acida, llena de verrugas, parecía a un tanque de guerra por lo grueso, lo gordo, lo grande, por su cuero de relieves marrones, con su despiadada lengua, por su gigantesca boca salio el sonido, volvió a croar.
- aushilio aushilio- lloraba y gritaba con todas mis fuerzas pidiendo rescate.

No se muy bien que paso después, ni quien me salvo la vida, solo me acuerdo de mi abuelo riéndose de mi, pues ya no quería salir al patio de noche ni lloviendo, todos me preguntaban ¿Dayanita que te paso? Y yo sollozando respondía: Me ataco el sapo más grande de toda mi vida. Como es natural todos se reían pues apenas tenia 3 añitos.

Con los años note que el viaje era de 5 o 6 horas, sigo jugando bajo la lluvia y me encanta la noche, todavia hoy, a mis veinte años es mi única, mi verdadera fobia; me ha tocaba ver, tocar, estudiar, agarrar a otros anfibios pero nunca nada que se acerque ese monstruoso sapo.

Texto agregado el 24-09-2009, y leído por 277 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
06-02-2010 que asco un sapo. soleparra
12-01-2010 Captas la atención del lector con una narrativa que parte del mundo sicológico de una niña. y eso es formidable. Te felicito. peco
27-09-2009 jajajaja. Que horror... te escribo al ldv celiaalviarez
25-09-2009 Se parece mucho a mi propia niñez, rodeado de árboles de mango, naranja y mis abuelos siempre conmigo. Me da nostalgia. ***** pintorezco
25-09-2009 Lindo escrito, siempre de niños tenemos experiencias que nos marcan (como a mí los caballos), y una buena aclaración la tuya la de lo relativo de las cosas que se ven de niño. (El viaje era menos largo de lo que parecía y el sapo no era el dinosaurio que creías). 5* cesarjacobo
 
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