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José Luis Carrera R.

Cada noche el pequeño niño se asomaba por su ventana tratando de ver a esa misteriosa dama blanca. Su tierna mente no le permitía entender cada fenómeno que ocurría en la vida; él tenía a penas siete años. Su casa se encontraba a kilómetros de distancia de las deslumbrantes luces de la ciudad así que la vista que tenía era increíble. Los días en los que esta dama no aparecía entre todos esos pequeños extraños brillantes le provocaban al chico una profunda tristeza que se hacía evidente en las lagrimas que brotaban de sus ojos a medida que la noche pasaba y la hora de dormir se aproximaba. Su madre no entendía la pasión de su hijo por algo tan común para ella. De cualquier modo, ella veía esto como cualquier otra curiosidad de la infancia. Pero las inocentes lágrimas del niño se hacían también presentes cuando su amiga aparecía mutilada. Él no sabía que había pasado. ¿Alguien la había atacado? ¿Los culpables de tan cobarde crimen eran sus celosos vecinitos? Toda respuesta tomaba irrelevancia cuando días después ella se mostraba completamente curada, como si nada le hubiera pasado; ¡parecía regenerarse a ella misma como en las caricaturas de superhéroes que el niño veía! ¡Qué magnífica amiga tenía! Aún cuando sangraba se recuperaba completamente para la siguiente ocasión que se veían. Pero la relación entre estos amigos no iba más allá; parecía imposible que eso pasara. Su madre le dijo al niño que ella se encontraba muy lejos, más de lo que uno pudiera imaginar, sólo unos cuantos hombres habían tenido la oportunidad de estar con ella y eso era muy peligroso para un niño como él. Una noche, mientras su mamá dormía en el sofá, el niño salio de su casa a dar un peligroso paseo con la dama de blanco. Caminó y caminó sin darse cuenta cuan lejos se encontraba de casa pues sus ojos sólo podían ver en una sola dirección, que no era hacia adelante. Súbitamente, una pequeña pared de ladrillos se atravesó en su camino y golpeó su pequeño pecho accidentalmente. Su curiosidad dirigió sus ojos hacia esa extraña cosa para él, y mirando sobre la pared, quedó impresionado por lo que sus ojos vieron. ¡Su dama había bajado para verlo! ¡Ella estaba ahí para él! Pero había calculado su aterrizaje mal, había caído muy abajo. La única opción del chico era alcanzarla ya que parecía imposible para ella salir de ahí. No hacía nada por escapar. El ansioso niño trepó la pequeña barda y en un no meditado salto, pudo ver cada vez más cerca a la dama a medida que el caía en el hoyo. Una vez abajo, su pequeño y débil cuerpo no podía resistir las fatales condiciones del lugar y en una profunda desesperación, el pequeño murió asesinado por la búsqueda de su propia felicidad. Incluso la deformidad de la cara de la luna, después de la pérdida de su amado amigo, mostraba lo miserable que ella se sentía por tal suceso.

Texto agregado el 24-09-2009, y leído por 85 visitantes. (0 votos)


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