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Inicio / Cuenteros Locales / daicelot / Planea el gorila el recuerdo

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Parece fuerte pero no, ante el menor motivo todo gira hacia adentro como una centrífuga. Su vida aspira con facilidad cualquier cosa que presencia; aunque no le corresponda, aunque no sea suyo; aunque lo distorsione todo por un prisma de fatalismo cruel. Está consciente de lo que le ha dicho a la chica, de que es justamente lo que le ha dicho a ella la tarde del día anterior; ¿o será al revés? ¿estará viviendo y pensando esto sólo porque antes ya lo dijo? ¿estará intentando vivir de las ideas que va parchando sobre la vida de los otros y la suya propia?

No puede responderse y sólo siente la electricidad en el hígado. Como un revoloteo vivo a la espera de una tragedia, como la señal de un desamparo profundo en el que queda completamente a la deriva, sin saber qué hacer, o cómo hacer, o por qué hacer. Su mejor manera para enfrentar el desconcierto es chocar de lleno contra él en la soledad más oscura; allí se verá de nuevo, como un gorila entre la niebla, farfullando ruidos toscos entre los árboles, escondiéndose del cazador.

No puede responderse y sólo atina a rebotar en las paredes, en su cabeza, en su cabeza vacía y perfectamente minimalista; su cabeza como la selva donde se lleva a cabo la escena. En su cabeza, con el paisaje verde desteñido de la sabana africana. En su cabeza, donde sus manos son más grandes y llenas de cicatrices por el trabajo del campo y del pasado. En su cabeza, donde las cosas por fin comienzan a ser reales aunque respiren como inventos improvisados; fugas torvas al canon de lo que efectivamente vive.

Si te recuerda no puede soportarlo. Necesita escapar arguyendo cualquier cosa. Busca refugio en la memoria más antigua, en imágenes anquilosadas en su infancia más cerrada; allá donde no cabe lo que siente, donde no existen todavía los órganos suficientes para fabricar las impresiones. Retrocede raudo, como halcón en picada, veloz. Alcanza a ver el suelo desde las nubes, todavía borroso. Aún no se distinguen las formas que parecen espejismos de sus deseos.

Disfruta la cadencia del viento entre sus plumas. La suave vibración de sus alas tensas cortando el aire. Le gusta pensar que allí va él, ajeno, solitario, vivo. Le gusta verse así, en un estado posterior a todo lo vivido; un estado redentor en donde no hay cabida para las preguntas porque las respuestas carecen de significado y no tienen la menor importancia. Le gusta mucho, porque allí no queda nada que succionar, que girar, que superar, que contrastar, que complementar, que interpretar, que tergiversar.

Allí sólo hay formas difusas en el horizonte. Como espejismos de sus deseos, murmura, ilusionado. Allí sus manos son grandes y con cicatrices, como las de un hombre muerto hace mucho. Allí la inmensidad del paisaje lo devora, como una aspiradora gigante; lo atrae como un imán; lo lleva con fiereza a la última revelación, que no le dice ni le explica nada; que no lo hace necesitar tu consuelo, que no lo deja ni lo abandona, que no lo acepta ni lo rechaza. Allí, donde puede planear en picada para siempre, filtrando la sombra del sol hasta la tierra.

Texto agregado el 24-09-2009, y leído por 153 visitantes. (0 votos)


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