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La noche de mi ciudad es violeta y la luna polar asombra de blanca.
Espero el contacto.
Mi mano temblorosa sostiene el cigarrillo dentro de la mano. Un gato se para con los ojos radiantes como brasas. Duda un instante, se asusta y sale disparado, no sé si espantado por la luz de un coche que se cruza o la sombra de mis párpados hinchados, acostumbrados a las largas vigilias.
No hay nada que temer.
Me levanto las solapas.
El lugar es transitado por insomnes, sicóticos, ancianos enjutos de pupilas amarillentas, presurosos trabajadores con el primer cigarrillo de la noche, prostitutas de rostro macilento.
Es la temida ciudad de la noche, profundamente nostálgica, melancólica. El fascinante curso nocturno de los códigos estrictos que me aceran los nervios.
En tanto miro en derredor se me acerca uno de sus olores propios: “¡Qué nochecita…viejo¡ ¿ Este…puedo quedarme un ratito con usted? Hablamos sobre Blanqui y antes que apague el pucho me lo regala ¿eh? ¿Qué le parece?”
Lo miro y pienso cómo un individo puede llega a esto.
“Tranquilo…lléveselo y este otro también”.
Por algo la vieja me regaló una cruz que llevo colgada de una cadena.
La noche de mi ciudad me lo recuerda.
Como un niño en día de Reyes al astroso se le ilumina la cara. Ocúltese un poco más atrás, el cuidador de coches es soplón de la “cana”. Tenga cuidado.
Nos cruzamos la mirada sin buscar explicaciones.
Mensaje de la noche de mi ciudad para la que no hay secretos sin develar.
Una mujer se detiene a un par de metros enfundada en un gabán. Saca un pañuelo de la cartera, se limpia la nariz y lo guarda. Apago el cigarrillo y me ajusto la boina. La sigo distraídamente. Se introduce en un bar ubicado a varias cuadras; hace uso breve de la cabina telefónica. Entro y recojo el sobre y el diario. “¡¡Dios mío¡¡”
La noche de la ciudad ya no me pertenece.
Pido un café y tengo miedo. El diario y mi foto. No tengo escape. Debo salir de aquí ahora…corriendo.
Y si me balean los lleno de plomo.
“Su café señor… ¿se siente mal?” “No, no. Todo bien”. “¿Sabe señor?, hoy cumplo años de casado. Este café va por mi cuenta. Cuarenta y cinco y aquí me ve… metiendo y metiendo.”
La noche de la ciudad vuelve a acogerme. Mi amante fiel.
Un hombre sano, gozoso sibarita de la vida, me ofrece bondad a pagar cuando quiera. “Gracias, amigo...usted no puede imaginar…” “Lo entiendo, las cosas del amor… siempre lo mismo. Mire, vamos a hacer una cosa: Al café le agregamos unas gotas de coñac y lo acompaño.” Sirve tranquilamente. “Por la mujer más increíble… ¡Salud¡". Se atusa el bigote y sonríe.
La ciudad me reconforta. Vuelvo a la tibieza de la llama templando el tamboril.
Salgo tapándome la cara, arrugo el cuerpo como un conspirador. La noche violeta se puebla de ladridos y ruido de motores pesados.
Me interno por la calle acostumbrada y un "trava" se me ofrece. Bamboleante y sereno."Attioz nene… ¿no querés un buen servizio?"
Sigo de largo como adormecido. Me están siguiendo…alguna vez tenía que ser y hay que tener valor…
Noche...pegale un tiro a la luna de mi ciudad...
Tres niños seleccionan basura. Uno de ellos, el mayor, arregla el eje del carro y conversa con el resto.
Lleva un simpático gorro de su club preferido. “Mañana le rompemo l’orto”, dice con una sonrisa distraída advirtiendo mi presencia.
La inquietud distendida y alerta de la violeta noche de mi ciudad, me hace un guiño.
Los niños comen el mísero contenido de una cáscara de sandía. Juegan al fútbol con tomates podridos. Les regalo diez pesos. “Gracia, diga…pero mire que somo laburante".
La noche de la ciudad inclemente me alecciona.
“Si te movés un solo paso sos boleta. Quedate quieto y ponete contra la pared.” El tipo me revuelve los bolsillos y me tantea el cuerpo. El otro me apunta a la sien.
Me saca la billetera, la cadena y el sobre. “¿Y esto qué es?” “Es personal, si querés
llevátelo, pero vas a joderme sin razón”. Lo abre y ve que no hay plata. “Tomá…"
no me interesa y calladito la boca". Me mira fijo como el linyera aquél. La cruz de la vieja busca otros amparos…y tiene razón.
La noche de la ciudad que amo me abre un crédito.
Duermo un sueño ligero. Me acosan los fantasmas de la nueva misión.
Un golpe preciso derriba mi puerta y en segundos la boca de un revólver se mete
en mi boca. Me desnudan y entresueños siento el dolor inenarrable de un zapato en los genitales. Vuelvo a la única realidad, la del dolor supremo. Un chorro de agua helada me devuelve la conciencia. Me sacan a puntapiés, desnudo, encapuchado.
La noche violeta y helada de la ciudad que amo se hartó de jugar.
En el mismo coche, mi brazo roza un gabán sangrante. El codo me contesta.Trata de comunicarse con señales sin santo y seña preestablecido. Desde dentro de la capucha me obsesiona la cara del bichicome ¿El barman habrá llegado a la casa? Mañana saldrá el sol y alguien discutirá el precio de los repollos en la feria.
La noche violeta, la luna de hielo, los ladridos lejanos, me llevan a pasear por última vez.
Por la noche violeta de mi ciudad amada.

Texto agregado el 23-09-2009, y leído por 157 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
23-09-2009 EN UNA NOCHE VIOLETA, EN MI PUEBLO, SOLO SE OYEN PERROS CALLEJEROS. UN TEXTO AMENO. fabiandemaza
 
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