Laura nació muda, y con el deseo de no serlo. Sus palabras en los dedos no eran suficientes para expresar lo que habitaba en su alma. ¡Que tristeza para su familia, y para si misma! Laura creció con los sueños truncados. No encontró la manera de decir “Aquí estoy” cuando se perdió en el monte aquella mañana de enero. No fue sino hasta dos días más tarde, que descubrió un principio vital, que para llegar a algún lugar hay que caminar.
…Y caminó y caminó, hasta llegar a un lago. Allí donde la brisa es fresca y se desnudan confiados los sueños. Ella jamás había visto un lago, el agua la habría conocido solamente en la lluvia, los pozos y las charcas. No pensó que el agua también fuera un mundo aparte, una comunidad, tampoco sabía que el agua podría hablar un lenguaje secreto, que nadie podía entender, excepto ella.
Del lago se enamoró, y de todas las criaturas que allí viven, y de aquellas otras que allí no viven y que para vivir acuden a él. Sintió de alguna manera que esas criaturas eran parte de su vida y las señaló hijos. Era una madre enamorada.
El lago la vio cuando se acercó la vez primera, al principio no le prestó importancia, creyó que era otra criatura sedienta. Pero al verla delicada y gentil, el lago despertó de aquel letargo. A los pocos días el lago la cortejaba, le mostraba la luna reflejada en su piel por las noches, y por el día las blancas nubes, y cuando la ocasión lo permitía, la rozaba con una ola cabalgando en las ráfagas del viento. Y al filo del lago caminaba Laura todas las tardes, pero cuando caía la noche, Laura sentía frío, y el lago no podía ofrecerle calor. No era más que un cuerpo húmedo.
Laura sintió pesar por el lago. No dijo nada pero el lago la comprendió en su silenciosa mirada, una mirada tibia, tierna, virginal, inocente.
Cierta mañana, cuando los chinchorros son arrojados en busca de peces, y las olas aun dormidas e inconcientes se destilan, fue encontrado el cuerpo de Laura, flotando desnuda, pálida y enredada entre ramas y su cabello largo. Murió sonriendo con su sueño realizado, fundida a un amor, sintiéndose libre sin miedo a amar.
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