Caminaba de prisa por una calle desierta y sinuosamente iluminada. Distraía sus pensamientos mirando, con su visión periférica, su sombra en la pared; que por la irregular disposición de las farolas, a veces se retrasaba, pero casi siempre se le adelantaba. De pronto, el temor incierto de ser asaltado se materializó en la pared: apareció una segunda sombra, caminando tras la suya.
Fascinado por la oscura proximidad, contempló sin reaccionar, casi maravillado por el espectáculo, cómo un brazo inusitadamente largo y filoso se levantaba tras su sombra. Su paso se hizo tan imperceptible, que ambas sombras se le adelantaron; y así pudo contemplar, desde unos instantes más atrás, cómo el brazo caía sobre su sombra, cómo ésta se desplomaba pesadamente, y cómo la segunda sombra —ahora, la primera— huía por la pared hasta fundirse en una sombra más extensa, hacia el final de la calle.
Pero su sombra no pudo seguirla, porque desde el lugar donde se desangraba indefinidamente, pudo ver que había desaparecido. |