Querido Diario:
Necesito hablar contigo, que me escuches. Por mi cuerpo pasan tantas cosas hoy que no sé por dónde empezar. Procuraré que sea por el principio:
Hoy, tras un par de días de intenso trabajo con la finalidad de hacer felices a mis padres, me tocó levantarme “pronto” (en relación con la hora a la que me acosté). Me pasé la mañana conduciendo al sol. Parece que el verano deseaba joder al otoño. Como prometí y advertí el día anterior, no comí en asa. Visité, con muy buena compañía, un lugar al que no había ido, con ensaladas y demás. Ya que mi principal plan de futuro hoy en día es adelgazar, pues ese lugar fue perfecto para mantener mi dieta sana. En ese momento, se asomó mi dolor de cabeza y me advirtió de que me iba a acompañar durante toda la jornada. Yo, le creí.
Después de un postre compuesto por una breve selección de frutas, inicié mi huída de ese lugar hacia mi casa. Seguí conduciendo, intentando aparcar, mientras el dolor de cabeza acampaba en mi cerebro y encendía la llama del “camping-gas”. Una vez llegué a mi casa, todo se convirtió en imposiciones personales para continuar con mi trabajo, a pesar de que mi cuerpo se resentía. Cuando ya caí rendido, no se acercó mi momento de descanso, sino que tocó cumplir con más responsabilidades, por lo que me fui a mi clase (aunque más bien es ensayo) de coro.
Allí, por cada nota dada o recibida, mi cabeza ardía un poco más. Cuando por fin tocó llegar a casa una sonrisa contagió mi cara. La paz y el bienestar se acercaban.
Más de 20 minutos tardé en estacionar el coche. La probabilidad del derrumbe físico y emocional era tal que dos lágrimas huyeron por cada ojo, aterrorizadas por lo que estaba pasando. Apreciado Diario, créeme, no me encuentro bien. Siento desconfiar de la medicina occidental. En ocasiones sufro a sabiendas de que mi cura está en el armario de al lado, pero soy así, un loco, obsesionado por no morir envenenado, pero al fin y al cabo, un loco.
Cuando conseguí aparcar, a 10 minutos de casa, me llamó mi madre. La conversación fue tan desagradable para mí, como una patada en mi trasero plano y peludo. Temí mi llegada a casa como algo similar, y así fue. Mi inmadurez me obligó a callarme y a morderme, con la más despreciable agresividad, todos los órganos de mi cuerpo hasta hacerlos añicos. Mi mejor decisión en ese momento fue emigrar a mi habitación para continuar trabajando.
Mientras seguía preparando ese regalo, la conversación desagradable, con la futura receptora de éste, retomó su asqueroso camino aunque duró poco. A las 00:30 decidí escribirte esto, mi Diario. Esta es tu primera página y probablemente me muera antes de que te vuelva a escribir, porque mis segundos ya no me dicen “tic” y “tac”. Ahora hablan sobre mí y lo que cuentan no me gusta.
Tengo dos enfermedades conocidas y curables: una es una caries en una muela. Sé que es una chorrada pero es la segunda de mis “preocupaciones atrapasueños”. Debo ir, pero no soporto la idea de hacerlo. La segunda enfermedad es una variz en mi pierna derecha; bueno, desde la cadera, hasta más debajo de la mitad del gemelo. A esta no le tengo tanto miedo, pero sé que el día que me la quite lo voy a pasar mal.
No me considero, en absoluto, un hipocondríaco, de hecho, descuido bastante mi salud física, pero presiento un problema preocupante en mí. Lo básico se puede ver y tocar. Ahora, incluso yo lo siento. Pero mi mente me está jugando una mala pasada. Querido Diario: ¿Alguna vez pensante en que tú también podrías estar siendo víctima de un cáncer? ¿O de un tumor? Por desgracia, para mí, estas reflexiones son el pan de cada noche. Por algo que hace dos años no era más que una tontería, ahora siento que me debilita, me marea y me entristece ferozmente. Quiero deshacerme de él, puedo deshacerme de él, pero como siempre no me atrevo. Quizás el ser humano, el hombre que debería llevar dentro, ya se haya muerto y yo sea la próxima víctima...
No. No. No me resignaré a mi suerte. Me mantendré escondido pero voy a luchar por volver a sentirme bien. No me esforcé tanto como para terminar así. Querido Diario, espero poder prometerte mi regreso...
*Javier Santalices* |