Hastiado de la monotonía, pero a la vez víctima de ella, caminó como lo hacía todos los días después del trabajo hacia una pequeña cafetería ubicada a pocas cuadras de la oficina. Se sentaba en el lugar de siempre y sin solicitarlo, le traían su taza y el periódico del día; se fumaba un cigarro, se tomaba el café, leía el diario. Todos los días lo mismo. Pero ese día fue distinto.
- ¿Carlos?¿Carlos Acuña?. Disculpa, no sé si ese eres tú pero te pareces mucho. ¿Estudiaste derecho en la Universidad Católica en la promoción del 80?-.
Una hermosa mujer era quién le hablaba. Aparentaba más o menos su edad, o sea, unos 35. Muy atractiva e interesante, su elevada estatura y discreta delgadez, le daban la apariencia de modelo retirada. Vestimenta y maquillaje preparados con esmero, daban a su presentación personal un toque mucho más que deseable.
-soy yo.- Dijo sin recuperarse del asombro.
-¿No me recuerdas? Soy Estela Miranda. Estuve en tu clase durante dos semestres.
Vagamente se acordaba de ella. La evocaba como una chica larguirucha y delgada, siempre vestida con jeans.
-¿Terminaste tu carrera?.
Carlos, disimuladamente apoyó sus manos en las rodillas, bajo la mesa y retiró su argolla matrimonial.
Como pavo que luce el plumaje a su hembra, comenzó a hablar de sus logros y sus bienes.
- Si, terminé derecho y tengo una oficina jurídica cerca de aquí, me va muy bien, no me puedo quejar. Lo malo es que vivo sólo para trabajar, pues hace un par de años me separé y mi esposa se fue del país.- Mintió-.
La conversación estuvo muy animada e interesante, al parecer el pavoneo del hombre había dado buenos resultados. Ambos se esmeraban en insinuarse, hasta que Carlos se atrevió y la besó. Ella no lo rechazó, entonces, las palabras sobraron. Se tomaron de las manos y salieron del café. Cerca de ahí, Carlos había visto un hotel, entre mimos y caricias la condujo hacia allá.
Entraron al cuarto; el abogado estaba pleno de felicidad y exitación. ¡Al fin se había roto la monotonía!¡Era tan bella, qué premio le tenía preparado el destino!.
Estela, amorosa y cándida, supo darle en el gusto en todos sus deseos sexuales, qué bien hacía el amor; era la amante perfecta!.
Después de unos tragos, Carlos sintió un gran relajo, por lo que sin saber cómo, cayó en un profundo sueño.
Al despertar, Estela ya no estaba. ¿Dónde viviría? ¡ qué mujer tan maravillosa! ¿volvería a verla?.
Con tan buenos recuerdos, comenzó a vestirse. ¿Qué hora sería?. Buscó el reloj en su bolsillo pero no lo encontró. Revisó el resto de los bolsillos y con rabia y frustración, se dio cuenta que tampoco estaban las tarjetas de créditos, sus documentos, ni su anillo matrimonial.
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