Ahora
que tus huesos huelen a roca,
mira bien al cielo madrugador,
míralo bien, diez, cincuenta veces,
y mama de su ubre celeste
la leche del regocijo que aún desconoces.
Hoy
que tu sangre huele a mar limpio,
oye bien a esa catarata bullanguera,
óyela bien, veinte, cien veces,
y tararea con su crepitar enfurecido
las melodías del placer que aún no conoces.
Porque
cuando tus huesos empiecen a derrumbarse
y tu sangre se vaya tornando a lodo,
en tu postrero aliento,
querrás mirar y oirlo todo, todo.
Querrás oir bien,
mil, veinte mil veces,
el alegre aleteo de un pájaro,
el tierno rumor de las hormigas,
o el chuchu triste de los trenes.
Querrás mirar bien,
un millón, infinidad de veces,
a tus manos que nunca agradeciste,
a tu cuchara que jamás besaste,
y hasta a la cucaracha
que una noche odiaste.
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