Las enseñanzas de Dan Brown (borarje)
Se ha vuelto costumbre -entre escritores mediocres principalmente-, escribir una novela para desvirtuar algo que consta en la historia, crear una gran “conspiración” y a partir de ella pretender dar un giro de 180 grados a los hechos.
El recurso ha sido muy productivo para ese tipo de escritores, de la noche a la mañana adquieren fama, dinero, “prestigio” en las artes, todo lo que un autor busca con su obra. Cuanto más se desvirtúe la verdad conocida más se asegura el éxito.
Ejemplos encontramos muchos, basta recordar al polémico Dan Brown, quien pretende revelar “algunos de los más oscuros enigmas de la historia. Fuerzas que han permanecido ocultas durante siglos” y que de pronto sólo él conoce.
Tal escuela se ha extendido y ahora se pudiera decir que “es la moda”; porque escribir para desvirtuar conduce hacia el éxito.
Esta mañana, mientras desayunaba con los diarios del día encontré el siguiente artículo sobre una novela del periodista mexicano César Güemes, de quien poco se puede decir en el campo profesional hasta que Alfaguara lanzó al mercado literario “Cinco balas para Manuel Acuña”. El mismo autor declara en su blog: “un día de hace ya varios años decidí cambiar mi modus operandi y dedicarme a trabajar más de lleno en la literatura. El resultado de esa decisión, que no fue sencilla, es la obra que menciono” (http://cesarguemes.wordpress.com/2009/08/11/cesar-guemes-cinco-balas-para-manuel-acuna/)
Así de sencillo, un día decidió cambiar su “modus operandi” para destacar como autor a costa de quien sea. Creó una gran conspiración en torno al poeta Manuel Acuña y sin mayor sustento para sus afirmaciones mostró al mundo “su verdad”.
Esta semana comparto con los lectores de La Columna del Miércoles el artículo en cuestión y finalmente una muestra de la obra de Manuel Acuña que por sí sola echa por tierra las temerarias afirmaciones de Güemes.
Manuel Acuña es un fantasma en la memoria de los mexicanos
César Güemes indagó la vida del poeta para escribir su libro; afirma que es falsa la versión de su suicidio por Rosario de la Peña
Yanet Aguilar Sosa
(El Universal Martes 22 de septiembre de 2009)
El pasado 26 de agosto se cumplieron 160 años del natalicio de Manuel Acuña. Aunque ha pasado tanto tiempo, el poeta, médico, dramaturgo, enamorado de la vida y de las mujeres y gran apasionado del billar que se mató a los 24 años, es un fantasma que permanece en la memoria colectiva de los mexicanos del siglo XXI; casi todos saben que fue poeta o que murió amando a una mujer, Rosario.
Cuando hace 10 años, el escritor y periodista César Güemes descubrió que ese poeta del siglo XIX llegaba a la memoria de muchos mexicanos con sólo mencionar su nombre, encontró la historia para una novela.
Decidió entonces dejar el periodismo para contar los últimos meses de vida de Manuel Acuña, indagar quién fue Rosario de la Peña, la mujer a la que el poeta le dedica “Nocturno a Rosario” e investigar si realmente se suicidó, como señala la historia oficial y si fue así, por qué lo hizo.
“Para haber vivido solamente 24 años, para no haber terminado la carrera de medicina -le faltaban casi dos años-, para haberse matado con cianuro, una sustancia peligrosa y mortal y trae una muerte dolorosa, para que haya pasado todo eso, el tipo tuvo que haber hecho algo para que lo recordáramos y supiéramos de él”, dice César Güemes.
Ante ese panorama, César Güemes comenzó a construir Cinco balas para Manuel Acuña (Alfaguara), una novela que tiene como protagonista a Gardel, un gatillero honesto, un asesino a sueldo, una especie de matavioladores que por dinero acaba con aquellas personas que han violentado sexualmente a un menor de edad. Pero no anda solo, lo acompañan Gavilán y Formosa, juntos sortean las balas que les disparan en su búsqueda de saber qué pasó realmente con Manuel Acuña.
La novela, que se cuenta a dos tiempos, entre el siglo XIX cuando Manuel Acuña estrena su obra de teatro El pasado, vive con pasión, escribe literatura sin dejar de cursar su carrera de medicina y el siglo XXI, cuando un cazador investiga qué paso con Acuña, llevando consigo dos objetos del poeta: una carta dirigida a Rosario y una pequeña llave, pone al día quién es Manuel Acuña para los mexicanos del siglo XXI.
En sus indagaciones, César Güemes descubrió lo que su personaje Gardel: que los poemas de Manuel Acuña están en todas las antologías de poesía mexicana que encuentras en cualquier librería y que hay muchos libros donde se recoge sólo su poesía. Acuña permanece en esas antologías de 10 poemitas que contiene El declamador sin maestro y también las ediciones muy serias.
César Güemes asegura que Manuel Acuña se convirtió en un fantasma “en un ser transparente, traslucido y extraño. Resulta que todo mundo sabe quién es aunque sea un poquito, aunque sea por Rosario de la Peña; que por cierto, no se mató por ella, no tiene nada que ver. Cuando me di cuenta de que es un poeta conocido a pesar de haber vivido 24 años, pensé aquí hay algo, quise responder esa pregunta y para hacerlo me tuve que remitir a libros, archivos, textos inéditos, textos que estaban fuera del país”.
Pero entonces ocurrió que el fantasma se transformó en una persona tangible, de carne y hueso, una persona con la que se podía hablar y de la que se podía decir algo aunque fuera a través de sus escritos y de la historia.
Las rutas de la novela
El narrador y periodista nacido en la ciudad de México en 1963, creó entonces una novela que puede leerse de muchas formas, desde el punto de vista de las mujeres en la vida de Manuel Acuña, como una novela sobre el pasado de la ciudad de México que de algún modo era el reflejo del país, como una novela de la vida cultural y social del siglo XIX, pero también como una novela de investigación que pone al descubierto un tiempo en el que sentó sus reales el crimen organizado a través de bandas delictivas como La Sociedad Siniestra.
“En la novela hay cinco rutas de un gran laberinto que te lleva a una única salida, que ocurren en dos tiempos diferentes, en el siglo XIX y lo que llevamos del XXI; cualquiera de los cinco caminos que tome el lector va a ser interesante, gozoso y muy complicado”, señala el narrador que dedicó cinco años a investigar, documentar y ordenar los datos de la vida de Manuel Acuña, a conocer la ciudad de México que vivió y a descubrir que durante esos años se dio una época de muchos suicidios, como en la actualidad.
Esa documentación le permitió contar la historia y plantear las dos hipótesis sobre el final de Manuel Acuña: el suicido, como dice la historia oficial, o que fue víctima de una conspiración.
“El lector se inclinara por quedarse más con la idea del suicidio, de ‘me mato porque es mi vida’, o de que en efecto si hubo una especie de conspiración dirigida a él por un interés que poco tiene que ver con la sique y la espiritualidad”, apunta Güemes.
El autor recuerda que cuando encuentran a Manuel Acuña moribundo en su habitación de la Escuela de Medicina, no había nada que mostrara ideas suicidas. El poeta tenía escrito lo que iba a entregar a periódicos, a algunas revistas literarias, incluso en los textos que ya había entregado y se publicaron tras su muerte “no hay ninguna evidencia de tristeza, de soledad, de vacío, de desamor, de inquietud, de depresión. Si lo último que escribió fueron los poemas -en los están los temas que le gustaba abordar, algunos con un gran sentido del amor- entonces enriquece la hipótesis de que no tenía planeado matarse”.
Adentrarse en el objetivo
Güemes no se propuso convertirse en un experto en Manuel Acuña, pero se acercó mucho a él, intento capturarlo en su tiempo y su espacio, ensayo incluso su firma “para ver que se sentía firmar como Manuel Acuña” y descubrió una sensación muy rara que describe como “un agradable escalofrío”.
También entró a los archivos de la Escuela de Medicina, pudo acceder a las áreas restringidas y un día emprendió lo que él llama una “pequeña tontería de escritor”, quiso sentir lo que sentía Manuel Acuña cuando caminaba por ese recinto, “me fui recorriendo con la mano todos los muros que pude, todas las puertas, todas las columnas, hasta que llegué a la puerta, la toqué, salí y dije: ‘ahora sí lo tengo, ya es mi Manuel Acuña’”.
Ayudado por su editor, Ramón Córdova, el escritor se fue adentrando en una historia de secretos y misterios a partir de una primera y contundente frase: “Manuel Acuña no se mató. Lo asesinaron”, indaga en asesinatos que ocurren en el siglo XXI, comienzan a aparecer muertos hombres que se llaman Manuel Acuña. Lo hace a través de Gardel, ese hombre que aunque siempre ha buscado a vivos para matarlos, ahora busca a un muerto. “Gardel encuentra a Manuel Acuña, lo llega a apreciar, a valorar, se vuelve experto en su breve vida y obra”, explica.
Hasta aquí el artículo publicado por el diario mexicano El Universal. Termino con el poema Nocturno a Rosario, de Manuel Acuña, y dejo en el aire una pregunta:
¿Se puede afirmar que había alegría y ganas de vivir en el autor?
A Rosario
¡Pues bien!, yo necesito decirte que te adoro,
decirte que te quiero con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro, que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto, y al grito en que te imploro,
te imploro y te hablo en nombre de mi última ilusión.
Yo quiero que tú sepas que ya hace muchos días
estoy enfermo y pálido de tanto no dormir;
que están mis noches negras, tan negras y sombrías,
que ya se han muerto todas las esperanzas mías,
que ya no sé ni dónde se alzaba el porvenir.
De noche, cuando pongo mis sienes en la almohada
y hacia otro mundo quiero mi espíritu volver,
camino mucho, mucho, y al fin de la jornada,
las formas de mi madre se pierden en la nada,
y tú de nuevo vuelves en mi alma a aparecer.
Comprendo que tus besos jamás han de ser míos,
comprendo que en tus ojos no me he de ver jamás;
y te amo y en mis locos y ardientes desvaríos,
bendigo tus desdenes, adoro tus desvíos,
y en vez de amarte menos te quiero mucho más.
A veces pienso en darte mi eterna despedida,
borrarte en mis recuerdos y huir de esta pasión;
mas si es en vano todo y el alma no te olvida,
¿qué quieres tú que yo haga, pedazo de mi vida,
qué quieres tú que yo haga con este corazón?
Y luego que ya estaba concluido el santuario,
tu lámpara encendida, tu velo en el altar,
el sol de la mañana detrás del campanario,
chispeando las antorchas, humeando el incensario,
y abierta allá a lo lejos la puerta del hogar...
¡Qué hermoso hubiera sido vivir bajo aquel techo,
los dos unidos siempre y amándonos los dos;
tú siempre enamorada, yo siempre satisfecho,
los dos una sola alma, los dos un solo pecho,
y en medio de nosotros mi madre como un Dios!
¡Figúrate qué hermosas las horas de esa vida!
¡Qué dulce y bello el viaje por una tierra así!
Y yo soñaba en eso, mi santa prometida;
y al delirar en eso con alma estremecida,
pensaba yo en ser bueno por ti, no más por ti.
Bien sabe Dios que ese era mi más hermoso sueño,
mi afán y mi esperanza, mi dicha y mi placer;
¡bien sabe Dios que en nada cifraba yo mi empeño,
sino en amarte mucho en el hogar risueño
que me envolvió en sus besos cuando me vio nacer!
Esa era mi esperanza... mas ya que a sus fulgores
se opone el hondo abismo que existe entre los dos,
¡adiós por la vez última, amor de mis amores;
la luz de mis tinieblas, la esencia de mis flores;
mi lira de poeta, mi juventud, adiós!
*En Cancún, costa mexicana del Caribe.
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