No son tus ojos, ni tu piel, ni tu amor y ni tus besos. Ni tus senos ardientes, tan fulminantes y alucinantes.
Ni tu mirada, ni tu voz, ni tu llamada.
No son tus manos tiernas, que abundaban en mi rostro, en la hora anhelada, tan calientes, tan pesadas.
Ni es tu boca que es idéntica a mi piel, fácil, delgada.
Ni es tu cuello que con cariño le besé y que con ternura le toqué.
Ni tu cabello largo y liso que más de una vez sólo daño me hizo.
Ni mucho menos es mi aferramiento que ni muy lo quiero, pero sin embargo lo tengo.
No es la costumbre necia que tengo hacia ti, ni la constante mirada de celo que abunda en mí..
Ni son tus letras, aquellas que nunca se dieron pero, si de mí salieron.
Ni aún así son tus palabras, aquellas que decías cuando estabas tan enojada, tan enamorada.
No son los momentos contigo, ni el tiempo concebido, ni el perfume de tu pelo, ni tu ausencia, ni mi soledad, ni mi desgracia…
Tampoco son tus huellas, las que pisotearon mi orgullo convirtiéndome así en tuyo.
No es el pensamiento de que ya no estés.
No es la desdicha de ya no verte.
Ni es aquella canción que al escucharla me derrumba el corazón.
Ni es la ausencia de tu espalda tan fina, tan suave y tan callada.
No son los momentos ni los que vendrán.
No es nada, nada de lo vivido tampoco de lo sufrido.
Ni tu lengua tan simple.
No es la ira, ni la partida y tampoco la verdad.
No es nada, ni las rosas, ni las risas, ni los pleitos, ni tus besos, ni tus palabras, ni tus miradas.
Es sólo el hecho de que te fuiste, no con mi recuerdo, ni con tu veneno, ni con tus besos, ni con mis letras, ni con tus caricias, sino que te haz ido diciéndome sólo como despedida:
--¡Adiós! Amor mío... |