Era tan precavido y tenía un ojo tan certero para el negocio que instaló cerca de todos los camposantos, gigantescos centros estilísticos de manicure, peluquería y maquillaje. –Hay que estar preparado para cuando llegue el Día del Juicio Final y aparezca esa infinidad de clientes con urgentes necesidades de echarse una manito de gato, antes de concurrir a los tribunales de Dios- decía con su acento castizo, esbozando una sonrisa de complicidad.

El día del Juicio Final aún no tiene fecha fija pero el hombre ahora es uno más de los tantos clientes que a la hora indicada, se levantará de su tumba para concurrir a alguno de esos centros que él mismo creó, para que alguien lo desgusane, le peine sus crenchas y le sacuda su empolvada osamenta…